Triangle of Sadness

En la superficie

Un viaje en un yate de lujo. Una pareja de modelos influencers, Carl y Yaya, viajan con oligarcas rusos, fabricantes de armas ingleses o solitarios millonarios de las grandes tecnológicas. Eso sí, todos muy amables, incluido el capitán borrachín y de ideas marxistas (estupendo Woody Harrelson). Por supuesto, la tripulación está a su entera disposición, pues así funciona el mundo: con dinero de por medio. Hasta que una tormenta y un ataque pirata vienen a poner su mundo de cabeza.

El cineasta sueco Ruben Östlund escribe y dirige esta película, con la que gana su segunda Palma de Oro en Cannes (la primera vez fue por The Square en 2017). Su primera cinta hablada en inglés es una comedia negra y bastante ácida. Una parábola sobre la riqueza y el orden social, sobre la superficialidad, sobre quién manda en el mundo y por qué. Tiene momentos tanto divertidos como desagradables: no se recomienda para quien no tenga un estómago fuerte. El título, más ligado al tema de fondo que a la trama de la película, hace referencia al espacio entre las cejas y es en sí un poema bastante adecuado. Sin Filtro, la titularon los franceses, y también dice mucho.

Östlund da un salto internacional, con un reparto también internacional, como sus personajes. La producción es de Suecia, pero incluye a Woody Harrelson como estrella invitada en un reparto de Rusia, Filipinas, Inglaterra, Dinamarca, etc. La película gira en torno a los jóvenes y bellos protagonistas, Harris Dickinson (quien se preparó a fondo para el viaje emocional de su personaje) y la sudafricana Charlbi Dean que murió al poco tiempo del estreno de la cinta con solo 32 años: triste anécdota que corona una comedia muy oscura pero que contiene una crítica muy acertada al mundo actual.

(2022) Suecia
DIRECCIÓN Y GUION Ruben Östlund
FOTOGRAFÍA Fredrik Wenzel
REPARTO Harris Dickinson, Charlbi Dean, Dolly de Leon, Woody Harrelson, Vicki Berlin, Zlatko Buric, Henrik Dorsin

The Fabelmans

Memorias de cine

Steven Spielberg se apunta a la corriente de hacer una película sobre la propia infancia. Lo han hecho últimamente Alfonso Cuarón con Roma, Kenneth Branagh con Belfast, Paul Thomas Anderson con Licorice Pizza, Paolo Sorrentino con Fue la mano de Dios… En The Fabelmans el famoso director cuenta el origen de su amor por el cine, el divorcio de sus padres, sus problemas como un niño judío en el Estados Unidos de los 60’s y sus aventuras de adolescente. Especialmente valiosa encuentro la reflexión en la estupenda escena del joven Sammy Fabelman (alter ego de Spielberg) y su tío Boris (un excelente Judd Hirsch), artista de circo quien le explica lo obsesionante que se convertirá para él su arte, es decir, el cine, por encima de todo, por encima de su familia.

Dentro de lo esperado en una película autobiográfica de este estilo, un coming-of-age episódico, destaca naturalmente la calidad de una cinta dirigida por Spielberg, uno de los cineastas vivos más experimentado, y sus colaboradores de primer nivel, como el director de fotografía Janusz Kaminski o el compositor John Williams, una leyenda viva que a sus 90 años se marca una preciosa banda sonora con un piano central. Los actores son también excelentes, destacando Michelle Williams que interpreta a la madre del protagonista, una mujer amorosa, distraída y apasionada. Paul Dano, con su cara de niño, es su marido, un hombre un poco ingenuo, de mente prodigiosa y gran corazón. Spielberg, de la mano de su guionista de cabecera Tony Kushner, no oculta el amor a sus padres, si bien los hace personajes con virtudes y defectos. Los jóvenes y niños que interpretan al protagonista y sus hermanas también son dirigidos con pericia. Sorprende la inclusión del comediante Seth Rogen en un papel con el que sale airoso y un cameo nada menos que del director David Lynch interpretando a John Ford, una leyenda para una leyenda.

Fabel-man, el apellido que Spielberg eligió para ficcionalizarse a sí mismo, puede entenderse como el hombre de las fábulas, de las historias. El director, hoy de 76 años, ya puede darse el lujo de hacer las películas que le muevan personalmente, como es este relato de su propia infancia. Es valioso verla a la luz de su carrera, recordando La lista de Schindler o Munich cuando el personaje es insultado por ser judío, o E.T. cuando los niños andan en bicicletas o se encierran en el armario de madera. En fin, no es una de las películas más grandes de Spielberg pero sin duda la más íntima para él y lo que cualquier película buena ofrece: un retrato de la naturaleza humana.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Steven Spielberg
GUION Steven Spielberg y Tony Kushner
FOTOGRAFÍA Janusz Kaminski
MÚSICA John Williams
REPARTO Paul Dano, Michelle Williams, Gabriel LaBelle, Seth Rogen, Julia Butters, Keeley Karsten, Judd Hirsch, David Lynch

Pinocho de Guillermo del Toro

Lo extraño como bueno

El clásico cuento infantil italiano Pinocchio, popularizado por la película animada de Disney en 1940, era un proyecto que Guillermo del Toro planeaba hacer propio desde hace 15 años. Efectivamente, la historia del muñeco de madera que quiere ser un niño de verdad contiene en su núcleo la historia que el director mexicano ha contado una y otra vez, y con la que dice identificarse: un personaje extraño pero bondadoso, rechazado por la sociedad pero que encuentra a alguien que lo quiera sin miedo. Es la esencia de sus películas más célebres: El espinazo del diablo, El laberinto del fauno, La forma del agua y ahora Pinocho, que Netflix ha hecho posible, sin duda con la mira en el Óscar a Mejor cinta animada.

Siendo una película que puede ver un público infantil (a diferencia de las otras películas de «fantasía» de este director), la historia es mucho más compleja que el cuento clásico y un tanto más oscura. Sobre todo por el duelo del personaje de Gepetto, quien perdió a un hijo y no logra superarlo. Al ubicarla en la Italia de Mussolini —el cuento original situaba la trama en el siglo XIX— Del Toro lleva a cabo otro recurso muy suyo: mezclar ficción con un conflicto bélico histórico, a ser posible mostrado de forma maniquea. Así, en vez de que Pinocho sea llevado a la «Isla de los juegos», en esta versión es enlistado en las juventudes fascistas al considerar que será el soldado ideal porque no puede morir. Al respecto, la cinta muestra su lado más complejo e interesante en torno a la inmortalidad de Pinocho, que viaja al inframundo y dialoga con la Muerte: una esfinge/quimera, hermana del Espíritu del bosque que le dio la vida a Pinocho —con apariencia de ángel bíblico— ambas con voz de Tilda Swinton y con rostro parecido a los monstruos más famosos de Del Toro: el fauno y el hombre anfibio.

Estéticamente la cinta es un prodigio. Alejándose del archiconocido Pinocho de Disney —que además estrenó su versión live action tres meses antes de esta cinta, en Disney+, sin pena ni gloria— esta versión se basa en las ilustraciones que hizo el artista Gris Grimly para una edición de Pinocho más oscura y bastante bizarra. Esta película, la más larga hecha jamás con la técnica de animación en stop-motion (cuadro por cuadro), tiene detrás un trabajo difícil de calibrar. Co-dirigida por Mark Gustafson (director de animación de Fantastic Mr. Fox, cinta en stop-motion de Wes Anderson) y fotografiada por el experto en esta técnica Frank Passingham (Pollitos en fuga, Flushed Away), fue una labor titánica de mover a los personajes cuadro por cuadro, lo que logra un efecto formidable.

Un reparto de estrellas aportó su voz a la versión original. Desde Christoph Waltz como el villano principal (el Conde Volpe, una mezcla de los personajes del Zorro y Stromboli el titiritero) hasta Cate Blanchett interpretando a su secuaz, un simio que no tienen ningún diálogo. Destaca Ewan McGregor que lleva la voz cantante al interpretar al grillo que es también el narrador. Por cierto que la cinta incluye unas cuantas canciones, lo que le da su toque más infantil aunque sin llegar a ser un musical. Eso sí, son preciosas, al igual que el resto de la banda sonora del infalible Alexandre Desplat.

Es destacable la marca autoral de Del Toro, que impregna todo su trabajo con su visión de la vida, que en general es bastante negativa y sumamente crítica con la visión judeocristiana. Aquí incluso el grillo narrador posee un retrato de Schopenhauer, el principal representante del pesimismo filosófico. Es la sociedad católica y cerrada de este pueblo que rechazará a Pinocho, aunque no tengan reparo en abrazar el fascismo. Sin embargo, uno de los principales elementos simbólicos de la película es un enorme crucifijo que Gepetto lleva años tallando para la iglesia del pueblo y con el que Pinocho llega a compararse: «Él también está hecho de madera y todos lo aman mientras a mí todos me odian». Sin sutilezas, el mensaje de esta versión de Pinocho no es que haya que ser bueno para ser un niño de verdad, sino que uno es bueno precisamente porque es extraño y como tal debe aceptarse y ser aceptado por los demás.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Guillermo del Toro y Mark Gustafson
GUION Guillermo del Toro, Patrick McHale y Matthew Robbins basada en el libro de Carlo Collodi
FOTOGRAFÍA Frank Passingham
MÚSICA Alexandre Desplat
REPARTO (voces) Ewan McGregor, David Bradley, Gregory Mann, Christoph Waltz, Tilda Swinton, Ron Perlman, Burn Gorman, Finn Wolfhard, Tim Blake Nelson, John Turturro, Cate Blanchett

El norte sobre el vacío

Nuestra tierra

Don Reinaldo es dueño de un rancho en una zona árida del norte de México. Es su propiedad, heredada de su padre, donde disfruta ir de cacería con sus hijos y sus nietos, a pesar de que las generaciones han cambiado mucho y sus hijos ven el mundo de un modo distinto a él. Pronto la inseguridad y la violencia que se vive en esa zona del país tocan también a su puerta. El cambio de paradigma viene del principal personaje femenino: Rosa, quien ha trabajado en el rancho desde niña.

Si en Las niñas bien (2018) la directora Alejandra Márquez Abella había reflejado de un modo realista a la clase alta mexicana en los años noventas, en El norte sobre el vacío se alía con el guionista Gabriel Nuncio para retratar a la clase alta del norte del país. Es una narrativa un tanto episódica, donde resaltan los detalles y los momentos que se sienten muy reales —con muy buenas actuaciones que están en ese tono— y donde el conflicto se va intuyendo gracias a la tensión que se construye con la música de Tomás Barreiro, momentos clave que en edición se subrayan repitiéndose, y algunos elementos simbólicos en la trama: los animales, las armas, los paisajes. Sin embargo, el desenlace, aunque rotundo, no entrega del todo la satisfacción emocional que iba construyendo.

Más cercano al western que al subgénero de cine (o series) de narcos, no opta por la violencia ni por el exceso, sino por la tensión en aumento, lo sugerido por encima de lo obvio. Su temática es, finalmente, la familia así como la tierra a la que nos sentimos atados y los mitos fundacionales de nuestra identidad: el protagonista se aferra a su propiedad pero también a su modo de entender el mundo que cambia a su alrededor, tanto en lo interno —su familia, sus empleados, que no viven como él lo esperaba— como externamente: los sicarios que le piden dinero bajo amenaza. De lo mejor es el título, tomado del bíblico libro de Job, de construcción un tanto existencialista pero en definitiva trascendente: Él extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre nada. Ata las aguas en sus nubes, y las nubes no se rompen debajo de ellas (Job 26: 7-14).

(2022) México
DIRECCIÓN Alejandra Márquez Abella
GUION Gabriel Nuncio y Alejandra Márquez Abella
FOTOGRAFÍA Claudia Becerril Bulos
MÚSICA Tomás Barreiro
REPARTO Gerardo Trejoluna, Paloma Petra, Raúl Briones, Dolores Heredia, Mayra Hermosillo, Francisco Barreiro, Juan Daniel García Treviño

Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades

El fracaso del éxito

La relevancia del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu en el panorama cinematográfico internacional actual es indiscutible. Su ópera prima Amores perros es un parteaguas del cine mexicano y una obra aclamada internacionalmente. Siendo el primer mexicano en ser nominado al Oscar a Mejor director, ganaría tres de ellos por Birdman (la película más premiada en 2015) y uno más por dirigir El renacido. Con este su séptimo largometraje, cuyo título ampuloso recuerda directamente al de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), vuelve a su país natal pues no había vuelto a hacer una película mexicana desde Amores perros. Con el auspicio de Netflix presenta una obra descaradamente autobiográfica, con algunas proezas poéticas que no terminan de salvar el largo y a ratos aburrido conjunto de ideas y traumas del personaje/director.

El delgado hilo narrativo es la vuelta del periodista y cineasta documentalista Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) a su natal México antes de recibir un importante premio al periodismo en Estados Unidos. El guion introduce un exceso de ideas y adolece de una trama que las incluya a todas. Se habla del vacío que puede sentir alguien admirado y odiado por sus éxitos (un conflicto bastante abstracto y no muy universal), pero también de la actual superficialidad de los medios (a la Don’t Look Up); de la relación histórica entre México y Estados Unidos; de la identidad mexicana y de los mexicanos viviendo al norte de la frontera; de los desaparecidos por la violencia en México; de la militarización de este país, etcétera. Por supuesto están los temas constantes del director, especialmente la paternidad y el hijo perdido.

La dirección de fotografía del veterano iraní Darius Khondji recuerda en mucho al estilo del Chivo Lubezki (quien había hecho la fotografía de las dos últimas películas de Iñárritu) y crea bellas estampas, si bien se siente un poco excesivo el lente gran angular, casi ojo de pez, que deforma los contornos de varias escenas hasta el punto de distraer al espectador. Hay una clara influencia de Roma de Alfonso Cuarón —y no solo por el excelente diseño de producción de Eugenio Caballero en ambas— por ejemplo en los travellings en los que el personaje camina por las calles del centro histórico de la Ciudad de México, o en la defensa del rol de la empleada doméstica: otra de las ideas insertadas de modo inconexo en este tapiz de muchos hilos que es esta cinta, llena también de personajes incidentales. Si en Amores perros Iñárritu hizo la película más chilanga sin mostrar un solo enclave famoso de la capital mexicana, aquí muestra de modo simbólico el Castillo de Chapultepec, el Centro Histórico o los Estudios Churubusco, lugares donde aprovechó para filmar durante la pandemia y que lucen mucho en la cinta.

Con esta película, Iñárritu se acerca más al cine europeo que al más convencional americano. No solo por los momentos metafóricos al estilo de Fellini, ni por los varios desnudos innecesarios, sino porque en vez de la línea aristotélica de construir una historia que lleve al espectador por un viaje emocional a través de una trama, opta por la línea brechtiana de hacer consciente al espectador de que está delante de una obra construida. De ahí la autoconsciencia de la propia película, que interrumpe un diálogo del protagonista con Hernán Cortés para mostrar al equipo grabando «una película de un pinche director bien mamón», o la conversación en que le echan en cara al protagonista que haya hecho un documental «sobre ti mismo» y con una serie de características que en realidad son una autocrítica de la propia película y por tanto sobre el propio director.

El director define esta cinta como una «comedia nostálgica». Efectivamente, si se parece a alguna de sus cintas anteriores es sobre todo a Birdman, aunque no llega a ser muy cómica por más que insista en ello la música socarrona que acompaña a algunas escenas. Su punto de partida es su personal intimidad, como hacen los buenos artistas, pero no alcanza a hacerla universal y ahí falla. Desde luego es más significativa para un público mexicano —lo cual es valiente por parte de un director transnacional como es Iñárritu— pero la gran pregunta es para qué quiso hacer una película así y por qué nosotros querríamos verla. Finalmente, sus mejores momentos están ya en el fabuloso y astuto trailer de la película. A pesar del guion circular que revela un descubrimiento al final, la historia carece de interés y no hay una conexión emocional con los personajes. Pero, eso sí, no hay engaño, la película va de frente y no promete una historia ni un viaje emocional, es solo una falsa crónica de unas cuantas verdades.

(2022) México
DIRECCIÓN Alejandro G. Iñárritu
GUION Alejandro G. Iñárritu y Nicolás Giacobone
FOTOGRAFÍA Darius Khondji
MÚSICA Bryce Dessner y Alejandro G. Iñárritu
REPARTO Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid, Iker Sánchez Solano

Don’t Worry Darling

La vida irreal de la pareja ideal

Un joven matrimonio vive en la felicidad absoluta en su soleada casa de lo que parece Palm Springs, California en los años 50’s. Él sale todas las mañanas a trabajar mientras ella limpia la casa, hace la comida, va de compras y chismea con las vecinas. Solo para esperarlo a él, radiante y ansiosa de amarlo en todos los modos posibles. Por supuesto, esto no puede ser una vida real, menos en una película en nuestra época, donde la protagonista es una mujer y que está también dirigida por una mujer. Pronto se irá desvelando que esta vida aparentemente maravillosa esconde muchos secretos.

La pareja ideal también lo es por los actores de moda en ascenso que eligieron para interpretarlos

En la película, el mundo ideal es paradójicamente atractivo, embellecido por la fotografía de Matthew Libatique y subrayado por la acertada selección musical. La actuación protagónica de Florence Pugh, si bien cumplidora, no está muy lejos de su papel en Midsommar, una cinta más fuerte pero también más exigente y original. Con todo, fue un acierto que la actriz convertida en directora, Olivia Wilde, le diera a la joven Pugh el papel que ella iba a interpretar, quedándose ella con un papel secundario. Cumple también Harry Styles, quien sigue esforzándose por pasar a las grandes ligas de la actuación. Chris Pine está igualmente bien elegido como el líder de la comunidad en que estas esposas viven solo para sus maridos.

Un mundo colorido con un fondo muy oscuro

Con influencias evidentes de The Truman Show, con un toque de Black Mirror y una perspectiva feminista, la cinta es sugerente aunque termina cayendo en ciertos lugares comunes. En películas de este tipo, donde hay un fuerte mensaje que parece estar por encima de contar una historia, la protagonista femenina víctima puede terminar por carecer de dimensiones como personaje y volver así menos atractivo a todo el conjunto, mientras que el patriarcado y sus exponentes son el mal maniqueo. El amor real entre la pareja protagonista parece querer estar por encima de eso, si bien la cinta no lo deja del todo claro, algo que incluso se agradece para no convertirla del todo en un panfleto.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Olivia Wilde
GUION Katie Silverman, Carey Van Dyke, Shane Van Dyke
FOTOGRAFÍA Matthew Libatique
MÚSICA John Powell
REPARTO Florence Pugh, Harry Styles, Olivia Wilde, Chris Pine, KiKi Layne, Gemma Chan, Nick Kroll, Sydney Chandler, Kate Berlant

Nope

Filmar lo imposible

El cineasta y comediante Jordan Peele confirma su estilo y su capacidad de sorprender en este su tercer largometraje. Tras dar la sorpresa al saltar a la silla del director con la excelente Get Out (que le valió el Oscar al Mejor guion), no decepcionó con una fórmula similar con Us. En Nope, nuevamente presenta una cinta de suspenso que roza el terror pero que se permite insertar elementos de comedia, con unos protagonistas afroamericanos en una trama impredecible que va sorprendiendo a cada paso. Lo mejor es ver la película sin saber más que esto y en la pantalla más grande posible, pero escribo para quienes ya la vieron o para quienes quieren más referencias.

Jordan Peele eligió a Daniel Kaluuya, el mismo actor protagonista que en su ópera prima Get Out

OJ (Daniel Kaluuya) y Emerald (Keke Palmer) son dos hermanos que, tras la extraña muerte de su padre, intentan sacar adelante su rancho y el negocio de entrenar a los caballos para filmaciones. Pero algo que se esconde en el cielo empieza a perturbar y a desaparecer a los caballos. La cinta se inserta así en el subgénero del cine de extraterrestres, y lo hace de un modo bastante original, alejándose de las representaciones clásicas de alienígenas invasores —como hizo también Arrival— pero en este caso alejándose también de presentarlos como inteligentes aliados. Nope trata de un gran depredador extraterrestre, salvaje, inmenso, terrible y hermoso al mismo tiempo.

La fotografía es brillante tanto en las anaranjadas escenas de día como en las azules de noche

Pero el tema de la película, como lo anuncia la sugerente cita bíblica del arranque, es el espectáculo. Cómo los seres humanos queremos apoderarnos de lo indómito para convertirlo en un espectáculo. Y el riesgo que eso conlleva. Es el mensaje de la impactante anécdota del chimpancé en el set con el que carga el personaje de Ricky «Jupe» Park (Steven Yeun) y que él mismo intenta de nuevo con el fenómeno extraterrestre. La cinta es también un homenaje al cine con múltiples referencias, desde el célebre experimento de Muybridge que antecede el origen del cine (una serie de fotografías de un hombre montando un caballo a galope, que proyectadas con velocidad dan la sensación de movimiento que lo inició todo) hasta la aparición de múltiples formatos y cámaras dentro de la propia historia, pues sus protagonistas se dedican todos al mundo del espectáculo.

Esta secuencia merece pasar a la historia del cine

La cinta es en sí misma asombrosa visualmente, pues la fotografía de Hoyte Van Hoytema logra cosas tan increíbles como que el mismo «monstruo» se esconda, literalmente, en el cielo. Brinda así distintas imágenes icónicas, como el platillo volador chorreando sangre sobre la casa, o el protagonista azuzándolo a caballo rodeado de muñecos de colores de esos que bailan con un generador de aire. Hitchcock, con quien se ha comparado a Jordan Peele como cineasta, estaría orgulloso de cómo han evolucionado secuencias suyas como la del avión en North by Northwest (Con la muerte en los talones), que es imposible no ver como referencia del tercer acto de Nope. El sonido juega también un papel fundamental, tanto por la música de Michael Abels como por el manejo que hace de los silencios. En fin, el título en sí mismo es bastante ocurrente, sin dar demasiadas pistas de una película que es original, desde luego entretenida, y bastante sugerente.

Me quede así

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Y GUION Jordan Peele
FOTOGRAFÍA Hoyte Van Hoytema
MÚSICA Michael Abels
REPARTO Daniel Kaluuya, Keke Palmer, Brandon Perea, Michael Wincott, Steven Yeun, Keith David

Elvis

La tragedia de un ícono

Varias veces se había planteado el proyecto de hacer una biopic del icónico Rey del Rock and Roll. Finalmente, el reciente éxito de las películas biográficas de Freddy Mercury y de Elton John hizo casi inevitable esta película que tomó entre manos el australiano Baz Luhrmann, director con un estilo muy marcado que firma con Elvis su sexto largometraje. El muy deseado rol protagónico (fueron considerados Harry Styles, Ansel Elgort y Milles Teller) recayó en Austin Butler quien hace el papel de su carrera logrando un gran parecido al Elvis real, incluso cantando en la primera mitad de la cinta, si bien la solera recae en Tom Hanks que, muy maquillado, interpreta al manipulador manager del artista.

El mito de Elvis comenzó con sus bailes, para muchos escandalizantes en esa época

Elvis Presley creció en un barrio de afroamericanos, en una familia unida aunque de pocos recursos, y desde muy joven incursionó en la música country —la más popular en los primeros años 50’s— mezclándola con los ritmos que escuchó en su infancia como el gospel o el blues, eso sí, con mucho ritmo y una transformación en el escenario que volvía locas a las muchachas. Tempranamente fue «descubierto» por el Coronel Tom Parker, un astuto embaucador de circos ambulantes que primero pensó en Elvis como una atracción de feria, hasta que se dio cuenta de lo que tenía entre manos. La película, como era de esperar, glorifica al cantante y demoniza al manager, a la vez que recorre con detalle la carrera de Elvis, mezclándola con los principales cambios sociales de esa época en Estados Unidos como la inconformidad de la comunidad afroamericana (y el asesinato de Martin Luther King) o la liberación sexual y de costumbres de la juventud, y el protagonista es mostrado como un abanderado de ambas causas.

El personaje de Tom Hanks es tanto o más protagonista que el propio Elvis

Como muchas películas biográficas, la cinta es un poco larga pues necesariamente abarca un largo periodo de tiempo. Las fechas son un poco confusas, si bien el estilo del director enfatiza con el montaje algunas constantes en la vida del protagonista: su cercanía con su madre, su afán de autenticidad, su entrega a su público. Visualmente es grandiosa y casi barroca, como suele ser el cine de Baz Luhrmann, con tomas rocambolescas que se apoyan en lo digital, música continua y voces en off y un diseño de producción y de vestuario que es de Oscar. La banda sonora explota, naturalmente, los éxitos del Rey, además de la música orquestal que acompaña las escenas más dramáticas e incluso música de esta década que de modo anacrónico subraya algunos ambientes, como también hizo el director en Moulin Rouge o más recientemente en El Gran Gatsby.

La cinta explica por qué el Rey del Rock se centró en Las Vegas y nunca salió de EE.UU.

Elvis tiene ya su biopic y es una bastante decente, que reivindica su figura como la de muchos artistas que dejaron un legado cultural a pesar de sus complicaciones con la fama y los intereses de quienes los rodean. Es también un espectáculo visual y sonoro que será más atractivo para los interesados en la vida de este ícono de la cultura estadounidense o de la evolución de la sociedad en ese país durante el siglo pasado.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Baz Luhrmann
GUION Baz Luhrmann, Jeremy Doner, Sam Bromell, Craig Pearce
FOTOGRAFÍA Mandy Walker
MÚSICA Elliott Wheeler
REPARTO Austin Butler, Tom Hanks, Olivia DeJonge, Richard Roxburgh, Helen Thomson, David Wenham, Kodi Smit-McPhee, Dacre Montgomery

Thor: amor y trueno

Una de dioses

Thor aparece en esta su cuarta película como personaje central, y su octava en el Universo Cinematográfico de Marvel, del que esta es la 29º película (pero ya quién las cuenta). El repunte de su fama se lo debe el arrogante dios del trueno a su cinta anterior, Thor: Ragnarok, en la que se dio un exitoso giro hacia la comedia gracias a Taika Waititi, quien la escribió y dirigió, y que ahora vuelve al frente de la nave. Si Ragnarok fue divertidísima, absurda, brillante —no tenía nada que perder— esta es un poco más floja al intentar conciliar conflictos más profundos y líneas argumentales más serias, pero el toque de Waititi se mantiene y el humor, la acción y el entretenimiento no decaen.

Nadie se resiste a volver al MCU, ni siquiera Natalie Portman

Dejamos al superhéroe, tras la batalla definitiva contra Thanos en Avengers: End Game, gordo y uniéndose a los Guardianes de la Galaxia. En ese punto lo retoman aquí, vacío y sin un propósito claro, lo que vendrá a ser cambiado por el regreso de su ex novia, Jane Foster (Natalie Portman) —convertida ahora en una versión femenina de Thor, tal como había sucedido en los cómics— y por la aparición de un villano que viene dispuesto a eliminar a todos los dioses del universo. La comedia no falta, ya sea en el personaje del arrogante Zeus (un ridiculísimo Russell Crowe con barriga, faldita y un acento extranjero); en el ya conocido Korg que interpreta el propio Waititi; en las cabras que obsequian a Thor (que gritan como las de los videos virales de cabras que gritan) o los cameos de Matt Damon, Melissa McCarthy y Sam Neil. Algunos detalles son muy buenos como la estética fantasiosa ochentera (también evidente en las canciones y en los créditos), el fragmento en blanco y negro, o el papel de los niños asgardianos.

Zeus, por supuesto, rodeado de bellas jóvenes

Se intentan insertar conflictos, como dije, más serios, y es ahí donde la película no termina de cuajar. Jane tiene un cáncer avanzado que es lo que la lleva a buscar salud en Asgard y encuentra su llamado como portadora del mítico martillo Mjölnir. Por su parte, el villano Gorr (interpretado nada menos que por Christian Bale, un camaleón de la pantalla) es un fanático religioso traicionado por sus dioses que, en venganza, decide eliminarlos a todos (con una espada que se lo permite). Irónicamente, en un universo repleto de dioses, se concluye que tener un sentido religioso es de gente ilusa, aunque el mensaje es que la verdadera fuerza es el amor: cómo se entienda eso es otra cosa, pero al menos los valores universales siguen siendo los de los finales felices.

Christian Bale aceptó estar de nuevo en una película de superhéroes por insistencia de sus hijos

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Taika Waititi
GUION Taika Waititi y Jennifer Kaytin Robinson
FOTOGRAFÍA Barry Idoine
MÚSICA Michael Giacchino y Nami Melumad
REPARTO Chris Hemsworth, Natalie Portman, Christian Bale, Tessa Thompson, Taika Waititi, Russell Crowe

El hoyo en la cerca

Miedo al otro

Una de las características más evidentes y problemáticas de la sociedad mexicana son las diferencias sociales, que han generado en muchos ámbitos un clasismo y racismo profundo y sistémico. El cineasta Joaquín del Paso busca abordar ese tema en su segundo largometraje, El hoyo en la cerca, y lo hace con una trama en la que un grupo de adolescentes mexicanos adinerados acuden a un campamento con cariz religioso en el que los organizadores los inducen a temer al otro —los pobladores de las zonas rurales aledañas al campamento— para así reforzar a la élite y protegerla.

No los típicos niños mexicanos, sí un grupo social muy marcado

El retrato que hace Del Paso es por un lado muy real y por otro muy falso. Es muy real porque se ve que el cineasta conoce ese mundo por experiencia propia y lo retrata a detalle: el modo de relacionarse de adolescentes de esa edad y contexto, el bullying, los insultos al alumno becado (el único moreno, llamativamente distinto al resto), los modos de hablar y de vestir de los profesores, los rezos en común, la labor social que regala prendas en desuso a unos pobres agradecidos. Sin embargo, se siente falso en las motivaciones de los personajes, y en distintas tramas —es una cinta coral— que se pierden sin resolverse. Hay una inquietud constante, muy lograda por la música y porque se intuye que algo anda mal, si bien nunca se desvela ni concluye nada y todo queda en un conjunto de episodios finalmente inconexos.

La amenaza externa es un motivo continuo, tanto narrativa como formalmente

La trama sigue por un lado a uno de los niños que es bueno y quiere ayudar, aunque el sistema y los acontecimientos hacen de él otra víctima. Otro niño que aparentemente sufre algún abuso —la cinta nunca es clara en lo que pasa realmente, una sutileza que se agradece aunque confunde— y decide huir, y será quien tenga un final trágico aunque tampoco explicado. No está claro el punto de vista que se quiere mostrar, si el de los niños o los profesores, el de los niños víctimas o el de los niños hostiles. Y luego todo deviene en un frenesí a lo El señor de las moscas, pero sin haber estado debidamente sembrado. Si bien visualmente tiene una factura excelente, y un tempo adecuado de suspense que intriga y promete, en su afán por denunciar una situación social a toda costa pierde el norte.

Pintados, los niños se sienten guerreros

La crítica está muy clara, con la metáfora un poco tosca del hoyo en la cerca, que representa una grieta hacia la clase privilegiada que quiere aislarse de lo externo y hacerse fuerte. El lugar del campamento se llama Los Pinos, como la residencia presidencial en México hoy asociada a los presidentes «neoliberales», y los niños se apellidan como esos mismos presidentes: Salinas, Peña… La religión se muestra como algo superficial y nocivo, de algún modo misterioso relacionado con el poder y la clase alta. Una frase advierte a la llegada de los alumnos: “Todo lo que no te lleva a Dios es un estorbo –arrójalo y tíralo”. Si bien nunca queda claro cómo es que eso, igual que los rezos colectivos (supuestamente el rosario y la Misa) conectan con el mensaje de poder y elitismo que se muestra como evidente, al menos para los profesores. Claramente Joaquín Del Paso —quien sale en la película como el papá de uno de los campamentistas, que a su vez asistió de joven— fue uno de esos niños, que ahora quiere denunciar esos ambientes, pero que tampoco entiende la motivación, buena o mala, de sus personajes (los profesores en este caso) y los muestra incomprensibles y extraños.

Los profesores, casi todos extranjeros, personajes malvados sin motivación clara

Un problema clásico de algunos guiones es que el objetivo de plasmar un mensaje sea más fuerte que la necesidad de contar una historia concreta. Así sucede aquí y además cabe preguntarse que si esta denuncia quiere señalar algo, a quién se lo está señalando. No parece que a las clases desfavorecidas, que no figuran en la película (el personaje del «becado» es otro que parece que se va a desarrollar… y no). Tampoco a estas élites católicas, porque no hay hacia dónde reflexionar, no hay catarsis ni personajes que aprendan algo para que lo aprenda el público con ellos. En ese sentido, cae en el mismo error que Nuevo Orden, de Michel Franco, con la que tiene varias similitudes en su supuesta denuncia social. Parece pues que el objetivo es generar odio y miedo sin mayores reflexiones ni explicaciones. Si esa es la propuesta, tanto social como artísticamente, no convence en lo absoluto.

(2021) México-Polonia
DIRECCIÓN Joaquín del Paso
GUION Lucy Pawlak y Joaquín del Paso
FOTOGRAFÍA Alfonso Herrera Salcedo
MÚSICA Kyle Dixon y Michael Stein
REPARTO Enrique Lascurain, Jacek Poniedzialek, Lucciano Kurti, Valeria Lamm, Yubáh Ortega Iker Fernández, Erik David Walker, Raúl Vasconcelos, Takahiro Murokawa