Vivir para siempre

(2010) España / Reino Unido
DIRECCIÓN Gustavo Ron
GUION Gustavo Ron (Novela: Sally Nichols)
MÚSICA César Benito
FOTOGRAFÍA Miguel P. Gilaberte
REPARTO Robbie Kay, Ben Chaplin, Emilia Fox, Alex Etel, Greta Scacchi, Natalia Tena

Lecciones de vida

A los directores con una larga trayectoria podemos criticarlos con cierta severidad, porque sabemos que son expertos de su oficio; y con los directores nóveles solemos ser más clementes. Solo que resulta que Gustavo Ron no lo necesita. Este madrileño ha hecho su segunda película, parecida y a la vez distinta que aquella comedia romántica con un toque de fantasía Mia Sarah (2006). Esta vez el tono es también alegre, pero el tema no lo es tanto: Sam, un niño de doce años, nos cuenta en primera persona que tiene leucemia, y que se va a morir.

Ron adapta la novela Ways To Live Forever de Sally Nichols, manteniéndose fiel a su estilo y su estructura, cosa nada fácil porque se trata de un diario que el protagonista escribe para ser recordado después de su muerte y así vivir para siempre. El director lo resuelve con insertos de cámara doméstica a modo de vídeo-diario, frases escritas en pantalla como vimos en Juno (Jason Reitman, 2007) y la voz en off del protagonista que nos acompaña continuamente. Merecen aquí una especial mención las animaciones que dan también ese toque a la película, personal, mágico e infantil.

Digámoslo ya, el gran peligro que tenía semejante historia era caer en el exceso de sentimentalismo, ¿qué si no con un niño que nos cuenta que va a morir? Y en sortear ese peligro está el principal logro de su director. Ron construye un filme vitalista, y huye de los tópicos gracias al toque irónico que a veces pone -“que nos devuelva el dinero”, dicen Sam y su madre bromeando entre lágrimas en referencia a Dios ante la inminencia de la muerte del niño a pesar de los esfuerzos médicos-, la manera tan directa en que Sam afronta su enfermedad, sin rodeos; y pienso que especialmente con el personaje de Felix, un amigo de Sam que también es un enfermo terminal y que encarna todo lo opuesto a esos tópicos de películas de niños enfermos. El director, pues, coge el toro por los cuernos y entra de lleno al tema de la muerte. No tiene problema en hablar de la religión, y de las respuestas clásicas de la filosofía ante cuestiones como el sentido del dolor o la existencia de Dios, todo con la mirada honesta y sensata de los niños.

A pesar del poco alcance que ha tenido en el mercado, la película juega en primera división: es cine español, sí, aunque esté rodado en Inglaterra con actores británicos, y de ese cine español que está apostando más por cambiar lo que para muchos significa esa etiqueta. Los actores son también de nivel, Ben Chaplin puede lucirse en la medida en que se lo permite el arco de transformación algo manido de su personaje: el padre que vive de espaldas a la situación de su hijo, hasta que ve el “diario” y cambia. Emilia Fox y Greta Scacchi también cumplen correctamente, pero la película reside en las actuaciones de los niños: Robbie Kay y Alex Etel, junto con Ella Purnell que tiene menos tiempo en pantalla pero bien conseguido. Si sabemos lo que la mayoría de directores piensan sobre trabajar con niños, son más puntos sumados al logro de Gustavo Ron. También, aunque en momentos rocen el género del telefilme, los aspectos técnicos están cuidados y siguen el tono de la historia.

Vivir para siempre, sin embargo, incluye en su planteamiento sus propias limitaciones. Con su tono dulce y algo mágico, sí llega a caer por momentos en un optimismo no siempre muy justificado, y uno puede llegar a sentir forzadas escenas como la del “club nocturno” que los niños improvisan en un ropero, la del beso que Sam desea o incluso la del dirigible al que, cuestiones de financiación aparte, le sobra el inmenso logo de Coca-Cola. La música de César Benito enfatizada en momentos contribuye a remarcar el sentimiento quizá muy predeciblemente. Algo parecido sucede con la estructura, a veces floja por sostenerse solo en los deseos que Sam va cumpliendo antes de morir -es forzoso recordar aquí Mi vida sin mí (2003), de Isabel Coixet– y acercándose poco a poco al irremediable final.

Lo dicho. Aunque no estemos ante una película redonda, el triunfo de Gustavo Ron es innegable. Plantear hoy en día el tema del sufrimiento y de la muerte de una manera positiva y para el gran público es todo un reto. Incluso Clint Eastwood tropezó ahí al mojarse demasiado con su Más allá de la vida (2010), y es difícil no caer en el misterio religioso o en el sentimentalismo barato. Ron sale airoso con este tema, la propia muerte, que quizá hoy merece ser contado más que otros, por lo poco que se trata en proporción a lo mucho que nos va en ello. Pues con la muerte se termina hablando de la vida, de cómo vivir aunque sepamos que hay un fin, de cómo vivir exprimiendo cada momento, de cómo vivir, de alguna manera, para siempre.

Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

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En busca de la felicidad

(2006) EE.UU.
DIRECCIÓN Gabriele Muccino
GUION Steve Conrad
MÚSICA Andrea Guerra
FOTOGRAFÍA Phedon Papamichael
REPARTO Will Smith, Jaden Smith, Thandie Newton

Felicidad mal escrita

Dicen que el dinero no da la felicidad, pero no cabe duda de que ayuda. Eso es lo que confirma En busca de la felicidad (The Pursuit of Happyness, 2006), que con ese sugerente título tomado expresamente de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos nos presenta una historia al más puro estilo del sueño americano.

La premisa francamente es atractiva: Will Smith protagoniza un drama basado en una historia real en la que interpreta a Chris Gardner, un hombre que en el San Francisco de principios de los 80’s lucha por sacar adelante económicamente a su familia en unas duras circunstancias, intentando vender una absurda y pesada máquina médica de consultorio en consultorio cada día, tras dejar a su hijo en una guardería del barrio chino en la que la palabra “felicidad” está mal escrita. Luchando por una vida mejor, Gardner consigue entrar en un exigente programa de entrenamiento de seis meses sin sueldo para convertirse en agente de bolsa, mientras intenta sobrevivir y sostener a su hijo después de que su mujer les abandone. Un sueño americano que, sugerentemente, está dirigido por un cineasta italiano, Gabriel Muccino, lo que quizá explique que la película recuerde en momentos a la relación de juego entre el Guido de Roberto Benigni y su hijo Giuseppe en La vida es bella y, sobre todo, a la relación entre padre e hijo del clásico neorrealista El ladrón de bicicletas. Porque esta es una historia de superación tanto como es una historia de un padre y su hijo.

¿El problema? Que no termina de coger fuerza. El tono a veces confunde y hay momentos que no sabemos si son de comedia o de drama, de alivio o de tensión. Y la capacidad de tener mala suerte del protagonista durante toda la película roza lo inverosímil: que la puerta del metro se le cierre con su brazo dentro y su preciado escáner fuera; que tenga que ir a la entrevista de su vida manchado de pintura, en camiseta interior y recién salido del calabozo por no pagar las multas de aparcamiento; o que no tenga ni un lápiz para escribir cuando le dan un esperadísimo número de teléfono, es simplemente demasiado. Esta reiteración de desgracias nos llevan a que Will Smith corra desesperado por las calles de la ciudad en más escenas que en sus mejores películas de acción.

Quizá el mayor acierto sea lo que es también su principal atractivo: la interpretación de Will Smith hecha a medida de Oscar, aunque tuvo que conformarse con la nominación. Smith nos da grandes momentos como esa hermosa escena en el baño del metro, cuando él y su hijo tocan fondo, o el emotivo clímax de la película. De paso debuta el que es su hijo en la vida real, Jaden Christopher Syre Smith, que con sus cinco añitos hace méritos suficientes para estar en el reparto por derecho propio. La familia la completa una demasiado amargada Thandie Newton que no colabora a dar matiz a esta película que tanto lo hubiera agradecido. En resumen, felicidad, sí, en esta película, pero es una pena que, prometiendo tanto, le resten puntos sus “faltas de ortografía”.

Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

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Chronicle

(2012) EE.UU., Reino Unido
DIRECCIÓN  Josh Trank
GUION Max Landis, Josh Trank
REPARTO Dane DeHann, Alez Russell, Michael B. Jordan

No una más de superheroes

Si comentamos la premisa seguramente nadie se interesaría; jóvenes que adquieren superpoderes de una manera misteriosa e inexplicable. Pero es que estos jóvenes no quieren salvar el mundo, solo quieren lo que todos los jóvenes anhelan al final del día: pasarlo bien. Quizás este sea el principal gancho de este filme.

Y si a eso sumamos actores y actrices atractivos y fiesta, ya se obtiene la atención de la mayoría del público objetivo. Pero su éxito va más allá de las edades, y es que trata temas serios, una crítica social, por ejemplo la enfermedad que padece la madre de uno de estos “superhumanos” y por falta de dinero no puede curarse.

 

La técnica es otro acierto, además de la historia, y es que la cámara es impresionante. Casi siempre estás viendo a través de la cámara de uno de los jóvenes (Andrew) que lo graba todo. En momentos algunos encuadres pueden marear al espectador, pero definitivamente han intentado ser creativos y en muchas ocasiones lo consiguen.

Otro dato sorprendente es que los actores son relativamente desconocidos, incluso el director Josh Trank es la segunda vez que ejerce este cargo. Se podría decir que es una película que no dejará indiferente a ninguno que la vea, ya sea por los temas de fondo que trata  -que por momentos te hacen olvidar que  los persoajes tienen superpoderes-, por las actuaciones, o por lo ingeniosos planos que utiliza.

Juan Manuel Meneses

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Sweeney Todd

(2007) EEUU
DIRECCIÓN Tim Burton
MÚSICA Hugh Wheeler
REPARTO Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman

Venganza a golpe de música

Sorprendente, ese sería el primer adjetivo que me viene a la mente. El musical Sweeney Todd narra la historia de un barbero que tras largos años de prisión regresa a Londres sediento de venganza. Se instala encima de una pastelería, donde con la ayuda de la pastelera buscará a los que le destrozaron la vida.

La ambientación de un Londres oscuro, sucio y triste me parece muy efectista. A esto se suma que Johnny Depp y Helena Bonham Carter cumplen sus papeles musicales de una manera bastante más que digna.

Lo interesante, lo impactante o, mejor dicho, lo que convierte a este film en extraño es la visión que se da de un asesino paranoico y sádico. Tim Burton justifica las acciones del barbero, pero lo hace con tanto arte que en algunos instantes dudas de si de verdad está mal matar. Burton nos propone una obra de gran calidad artística. Arte para matar, para cantar, para mirar y sobre todo el arte de la sangre que intensifica su color rojo para decirnos justo eso, que también la muerte y la sangre pueden ser  bellas.


Tras unas cuantas alabanzas, paso a las cosas malas o muy mejorables. Primero y más importante, tu oído debe ser muy, muy tolerante: las canciones se repiten y como vuelva a oír la canción I steal you Johanna, me suicidaré. Segundo, creo que lo de utilizar para la pastelería  la carne de los muertos es pasarse un poco (un toque muy Burton en apariencia, aunque lo debemos más al autor de la obra de teatro). Tercero, aparte de Depp y Bonham Carter el resto de actores (varios ex-Harry Potter) no transmiten nada y su presencia solo estorba. Y aunque he dicho que la ambientación está muy lograda, quizá en algunos casos resulta forzada.

Por último, la relación entre la hija del barbero y el marinero es de las peores que he visto nunca, no solo es ñona sino que entre ellos dos existe el mismo feeling que entre un zapato y una nevera. En definitiva, una película normalita. Durante la hora y media sufres, ríes, pero sobre todo te sorprendes.

Álvaro Martí

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The Artist

(2011) Francia
DIRECCIÓN Y GUION Michel Hazanavicius
MÚSICA Ludovic Bource
FOTOGRAFÍA Guillaume Schiffman
REPARTO Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman, James Cromwell

La magia del cine

Hace ya más de un siglo, el mundo se sorprendió con un curioso invento que permitía grabar y reproducir imágenes en movimiento. Rápidamente, el hombre, eterno contador de historias, hizo de su invento un medio narrativo y el mundo no solo se sorprendió sino que rió, disfrutó y lloró. Pero todo invento evoluciona y este, por suerte, también lo hizo: primero fue el sonido, luego el color, y así hasta llegar a lo que vemos hoy en las salas de cine. Pues este año y no antes, como genial síntesis de la historia de este invento, alguien se atrevió a hacer una película muda en blanco y negro. Y triunfó.

Son franceses estos pioneros -con toda la paradoja que el término aquí incluye-: el productor Thomas Langmann y el director y guionista Michel Hazanavicius. Tampoco es que su carrera hasta entonces fuera la de cineastas de culto consumados, todo lo contrario, pero quizá justo por eso eran los indicados para demostrar que la imagen en movimiento sigue teniendo toda la fuerza de los comienzos. La historia es también metafílmica: un actor ególatra, estrella del cine mudo, se viene abajo con la irrupción del cine sonoro. Solo una joven estrella de este nuevo cine podrá intentar vencer su orgullo y salvarlo.

Así, con una historia simple, Hazanavicius nos presenta un producto genuino de cine mudo: la textura de la imagen, las actuaciones expresivas, los rótulos solo con los diálogos imprescindibles, el humor simple y la tragedia exagerada. A eso le ayuda el look de sus actores, por suerte no muy conocidos hasta ahora (con un Oscar bajo el brazo por una actuación en la que no dice una palabra, Jean Dujardin ya puede hacer cualquier cosa), la dirección artística y, por supuesto, la también oscarizada banda sonora. Ahora bien, esto no es una vuelta cien años atrás: no podría serlo con éxito. La película toma en cuenta dónde estamos, y nos regala secuencias como la de la pesadilla sonora del protagonista, presagio de lo que vendría, o la referencia a la crisis de 1929, que hoy nos hace movernos un poco en nuestro asiento.

Reconozcamos que la historia es predecible, que quizá la segunda parte tiene menos ritmo que la primera, y que hay cosas como la relación del protagonista con su mujer que no quedan muy explicadas y tengan una resolución -ese divorcio, o lo que sea- cuando menos anacrónica. Y con todo, pienso que el mérito de esta película es el restregarnos que el cine sigue teniendo su fuerza donde estuvo desde el principio: una buena historia con la «simplicidad» de la imagen pura en movimiento. Basta experimentar la fuerza de la secuencia en que él y ella repiten esa escena del baile una y otra vez; toda una historia de amor en tres o cuatro planos. Es también genial ver la cara del público, fascinado sin oír un solo diálogo o, mejor aún, en el clímax sin oír nada en absoluto, y aun así ríen. Alguno habrá llorado.

Me quedo con ganas de hablar del perro, todo un éxito de guion y realización en sí mismo.

Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

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Celda 211

(2009) España
DIRECCIÓN Daniel Monzón
GUION Jorge Guerricaechevarría, Daniel Monzón
MÚSICA Roque Baños
FOTOGRAFÍA Carles Gusi
REPARTO Luis Tosar, Alberto Ammann, Carlos Bardem, Manuel Morón, Antonio Resines

Cuando el cine español se amotinó

¿Qué pasaría sin un hombre normal se encontrara atrapado en una cárcel en medio de un motín de presos? Sobre esta atractiva premisa construye Daniel Monzón su film carcelario Celda 211 (2009) que entró pisando fuerte para dejar claro que el cine español no tiene nada que envidiar al mejor cine de género carcelario de Hollywood.

Ya desde el arranque se nos deja claro que estamos ante una película dura y violenta. El relato avanza con mucho ritmo y tensión, introduciéndonos en una historia de bizarra camaradería entre Juan, el avispado funcionario recién llegado que se ha quedado dentro en el motín y que tendrá que fingirse un preso más, y Malamadre, el líder de los presos: un arrollador Luis Tosar a quien la película le debe al menos la mitad de sus aciertos.

Con un asombroso dominio de las claves del género -los espacios cerrados, la violencia que impacta, los clichés de presos prototípicos y la estricta jerarquía entre ellos- que recuerdan a clásicos como Cadena perpetua o En el nombre del Padre, Monzón avanza con sus personajes soltando un poquito de crítica social por aquí (esos funcionarios, a veces tan malos como los propios reclusos) y un poquito de crítica política por allá (esos presos etarras que, todo sea dicho, vienen como anillo al dedo a las necesidades de la trama).

Quizá hacia el final el film esté menos controlado y pueda perder un poco de ritmo, una pega que se suma a interpretaciones como la de Antonio Resines -cuya peor falta quizá sea que le tenemos muy visto- o la del actor revelación Alberto Ammann, que se defiende pero deja mucho que desear, sobre todo en contraste con la fuerza del Malamadre de Tosar. Sin embargo, prevalecen las poderosas vueltas de tuerca, la buena construcción de los personajes y, en definitiva, la fuerza que toda tragedia digna de ese nombre provoca. Una película lograda que representa no solo un buen paso para su director, sino sin duda un gran salto para el cine español.

Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

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