(2015) Italia, Francia, Suiza, Reino Unido
DIRECCIÓN Paolo Sorrentino
GUION Paolo Sorrentino
FOTOGRAFÍA Luca Bigazzi
MÚSICA David Lang
REPARTO Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Jane Fonda
Arte total
Aquellos primeros teóricos del cine que lo definieron como «arte de las artes» o «arte total», por su capacidad para asumir a las otras artes y aunarlas en una sola y poderosa experiencia, probablemente estarían encantados de ver Youth (2015), la última película de Paolo Sorrentino. Se trata de su segundo largometraje en lengua inglesa y parecido en tema y forma a su película anterior, La Grande Bellezza (2013), que ganara el Oscar a mejor película extranjera poniendo al italiano en la mira de este globalizado cine actual donde mexicanos, griegos o italianos hacen las obras rompedoras del cine de Hollywood.
Arte total, pues, y es que uno de los principales temas de la película es precisamente el arte. Qué mejor modo de abordarlo que a través de dos amigos entrañables, ambos prestigiosos artistas, viviendo sus últimos años de vida: Fred Ballinger (Michael Caine), compositor y director de orquesta ya retirado, y Mick Boyle (Harvey Keitel), director y guionista de cine que trabaja en una película que será «su testamento». El paisaje visual es un precioso hotel de lujo en los alpes suizos donde los protagonistas conviven con la hija del primero (Rachel Weisz, que a su talento y atractivo ha añadido este año un gran acierto al elegir sus proyectos) y con otros personajes, desde una estrella de cine que pretende huir de la frivolidad (Paul Dano) hasta Miss Universo (Madalina Ghenea) o Diego Armando Maradona (Roly Serrano), inconfundible aunque nunca sea mencionado por su nombre.
A la celebración de la música y del cine a través de las tramas de los protagonistas, se suma el de otras «artes» quizá menos prestigiosas: el alpinismo, que hace «ver el mundo de un modo más hermoso desde acá arriba», y hasta los masajes, con una bella apología del sentido del tacto, el menos desarrollado artísticamente. Sorrentino quiere, pues, nuevamente explotar la (gran) belleza por todas las vías posibles: desde los serenos paisajes alpinos hasta el desnudo femenino (una escena extrapolada al usarse como promocional de la película); desde el ritmo y armonía que puede lograrse con una envoltura de papel celofán o con los mugidos y cencerros de las vacas (preciosa escena) hasta un concierto de la soprano Sumi Jo y la violinista Viktoria Mullova con la orquesta de la BBC y el coro de la radio de Berlín. Aquí hay que mencionar que la película fue nominada a un Oscar por la mejor canción, una pieza compuesta (en la historia) por el protagonista, que apenas se asoma durante toda la película y explota con gran emoción en el desenlace.
A partir de ahí, Sorrentino (que escribe y dirige) trata otros muchos temas interesantísimos, varios en torno al tiempo: la edad, presente en el título y en las reflexiones que estos septuagenarios se hacen en contraste con los jóvenes (y niños) presentes en el hotel; la memoria, y con ella el drama de olvidar y de ser olvidado; la paternidad; el deseo como motor de vida; la libertad (y el libertinaje disfrazado de la primera, como en el hijo de Boyle que se divorcia de la hija de Ballinger dejándola por la estrella pop Paloma Faith… que sí existe y se interpreta a sí misma en la película, por cierto) y, siempre, el arte. Porque estos personajes entienden mucho de arte… y solo de arte, como confiesa Ballinger al reconocerse como un mal padre, o Boyle cuando declara que «las emociones son todo lo que tenemos». Sin embargo, Sorrentino se reserva una última vuelta de tuerca para que, con la justicia poética, triunfe lo único que es más bueno, más verdadero y más bello que el arte mismo: el amor.
Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor