El Rey León

(2019) Estados Unidos
DIRECCIÓN Jon Favreau
GUION Jeff Nathanson
FOTOGRAFÍA Caleb Deschanel
MÚSICA Hans Zimmer
REPARTO (voces) Donald Glover, Chiwetel Ejiofor, John Oliver, James Earl Jones, John Kani, Alfre Woodard, Seth Rogen, Billy Eichner, Florence Kasumba, Keegan-Michael Key, Eric André, Beyoncé

La sabana revisitada

El esperadísimo remake en live-action de El Rey León, la cinta que coronó el llamado renacimiento de los estudios Disney tras la crisis que vivió en los años ochenta, se antojaba algo tan retador como superfluo. El proyecto se confió a Jon Favreau que tiene talentos cinematográficos tan variados que van desde interpretar al Happy Hogan de Iron Man o al Foggy de Daredevil hasta dirigir desde la propia trilogía de Iron Man o estas nuevas cintas con animales computarizados de apariencia real como El libro de la selva y ahora El Rey León. Una impresionante tecnología y un presupuesto millonario consiguen unas imágenes asombrosas que, sin embargo, no añaden nada a la cinta animada original.

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Y es que El Rey León original es en sí una maravilla: una trama shakespiriana adaptada a una leyenda africana protagonizada por animales con personajes entrañables, acompañada de la música de Hans Zimmer y canciones de Elton John. El valor de esta versión sigue residiendo en esos elementos, por lo que no deja de sorprender que el crédito de la historia se atribuya al guionista Jeff Nathanson y no a las 29 personas acreditadas en ese rubro en la original. Favreau calca prácticamente cada plano y cada diálogo de la primera película, con algunas ligeras variaciones para dar más fuerza al personaje de Nala o hacer alguna broma adicional. Qué diferencia la propuesta, tan fiel a a la historia como innovadora, del ya mítico musical que hiciera Julie Taymor para Broadway.

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Parte del atractivo de esta nueva película es el reparto multiestelar que se convocó para las voces de los personajes que, todo sea dicho, cumplen de maravilla. Queda la pregunta de si valió la pena el enorme trabajo que el proyecto sin duda tiene detrás cuando no ofrece ningún aporte, antes bien su propio «realismo» —finalmente estamos viendo animales que hablan— la limitan en secuencias como las canciones de «I just can’t wait to be king» del pequeño Simba o «Be prepared» de Scar y las hienas, mucho más espectaculares con un pacto de lectura de animación y no de versión real. Sin duda la materia prima hace que no sea una mala película,  pero queda desear que el estudio más grande de todos los tiempos arriesgue un poco y no apueste solamente a remakes y secuelas, por más impresionante que sea su tecnología.

Chicuarotes

(2019) México
DIRECCIÓN Gael García Bernal
GUION Augusto Mendoza
FOTOGRAFÍA Juan Pablo Ramírez
MÚSICA Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman
REPARTO Benny Emmanuel, Gabriel Carbajal, Daniel Giménez Cacho, Dolores Heredia, Enoc Leaño, Pedro Joaquín, Leidi Gutiérrez, Ricardo Abarca, Manuel Ojeda

Confusión en la miseria

Quizá lo más llamativo para ver Chicuarotes es que fue dirigida por Gael García Bernal. El actor, figura icónica del último «nuevo cine mexicano» junto con su amigo Diego Luna (quien también es productor de esta cinta), pretende en este su segundo largometraje claramente evocar a la película que lo hiciera famoso delante de la cámara, Amores perros de Alejandro González Iñárritu. Sin embargo, a pesar de su concientización franca de la dura realidad de muchos mexicanos, y de algunos aciertos formales, la cinta tiene varias carencias principalmente en términos de guion que terminan por hacerla poco memorable.

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Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal) son dos adolescentes del pueblo de San Gregorio Atlapulco en Xochimilco, zona adyacente a la Ciudad de México conocida por sus canales donde se cultiva en chinampas y se navega en trajineras. El gentilicio popular de los de San Gregorio, pueblo mísero famoso por los daños que sufrió en un terremoto reciente, es «chicuarotes». Cagalera ansía escapar de su dura realidad social —la acertada secuencia de apertura son los dos amigos maquillados como payasos y haciendo un acto a bordo de un microbús para que les den una moneda, y que terminan por asaltar con pistola a los viajantes— y familiar: su madre (Dolores Heredia) golpeada por su padrastro (¿o padre?, no queda claro) borracho (Enoc Leaño), lo que soporta compartiendo una habitación con su hermano (Pedro Joaquín), al que molesta por su latente homosexualidad, y con su hermana también adolescente. El protagonista le propone fugarse a su novia Sugehili (Leidi Gutiérrez) para lo que intentará conseguir dinero implicándose en crímenes a cada cual más grave (y a cada cual más estúpidamente).

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El guion que firma Augusto Mendoza (proveniente de la época televisiva de Eugenio Derbez y guionista de algunas de las películas que ha dirigido Diego Luna) tiene un problema de tono, con secuencias de un drama social a lo Ciudad de Dios o Amores perros (donde debería haberse quedado quizá), pero otras más de la comedia mexicana facilona que hoy inunda nuestro cine —esa secuencia del robo a la lencería con «El Planchado» (Ricardo Abarca) y las policías gordas, totalmente inverosímil y que no aporta absolutamente a la trama ni a la construcción de los personajes; o la secuencia del protagonista escondiéndose del carnicero— o al humor macabro como la escena en que la madre pone fin al problema de su marido abusador, que parece sacada de la francesa Delicatessen. La fotografía funciona, con algunos planos experimentales bien logrados. La música casi constante se siente excesiva, subrayando innecesariamente el tono de cada escena, lo que contribuye al despiste general. Las secuencias costumbristas (ya mencioné la de apertura) y de crítica social son las más rescatables, así como las del linchamiento que tiene lugar en el clímax, cuya tensión recuerda pálidamente a la célebre Canoa (1976) de Felipe Cazals.

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Las motivaciones de los personajes no están suficientemente fundadas, lo que hace que el espectador empatice poco con ellos, a lo que se suma que (casi) todos, incluido el protagonista, terminan por mostrar un lado deleznable. Eso debilita el final, por no hablar del deus ex machina del desenlace. Una pena, considerando la buena interpretación del joven Benny Emmanuel (quien este año ganó el Ariel a actor revelación por De la infancia, una película que rodó hace nueve años y que apenas se estrenó) y de Gabriel Carbajal, cuyo personaje retraído y limitado es quizá el más convincente, o la disposición de actores como el gran Daniel Giménez Cacho a quien se dio un papel que va muy poco con él, como líder de los linchadores. En fin, además del interés social —lo duro es que situaciones así se dan y mucho en México— poco más se puede concluir de la cinta, y el problema es que lo social, por más loable, no basta para que una película funcione.