







Esta película es una bofetada. Y una muy buena. En clave de comedia negra, aborda el tema del abuso sexual a partir de la historia de una joven que se dedica a vengarse de los hombres frecuentando clubes nocturnos y fingiendo que está borracha para ser llevada por algún tipo con malas intenciones… y luego demostrar que está bastante lúcida. Con esa premisa se nos introduce a un gran personaje. Fuerte y atractiva, triste y sin rumbo, Cassie es la joven prometedora del título (lo de llamar esta película en Hispanoamérica Hermosa venganza es un triste despropósito, que tampoco extraña) cuya vida quedó truncada por el acontecimiento que la llevará a ser una interesante descendiente de la femme fatale cinematográfica.
Estamos ante la ópera prima de la también actriz británica Emerald Fennell, que conoce muy bien su oficio y escribe y dirige este filme que bebe estética y narrativamente de Tarantino o de Nicolas Winding Refn, aunque con mucha menos violencia explícita. Su denuncia llega alto y claro, a pesar de hacerse desde un género más bien ligero —o quizá precisamente por eso —, con una estética dulzona (desde los rosas eléctricos de los clubes nocturnos o de una farmacia, hasta los tonos pastel de la cafetería de revista o de la casa de los papás de la protagonista, todo es una delicia de diseño de producción y fotografía) y con un soundtrack alucinante en el que desfilan Britney Spears y Paris Hilton, Juice Newton o Charli XCX. Fennell demuestra ser una coleccionista de momentos geniales del cine y llena así de intertextos fílmicos su película, algunos tan memorables como las referencias al clásico La noche del cazador (1955), de la que aparecen un par de planos en una televisión, y sobre todo esa melodía en un momento clave.
La trama y el título apuntan a la centralidad de la protagonista, quien lleva la película sobre sus hombros. Si bien Carey Mulligan podría antojarse unos años mayor para el personaje —algún crítico señaló que hubiera sido más adecuada alguien como Margot Robbie, que además es una de las productoras—, la ternura que caracteriza a esta actriz británica en filmes como Drive o El gran Gatsby es el contrapunto ideal para verla encarnar este personaje tan complejo. A ratos es divertida, encantadora, pero también digna de terror o de compasión: «la que enreda a los hombres» significa en griego Cassandra, el nombre de la protagonista, como se lee en un excelente análisis que recomiendo leer. Y así, de un modo efervescente para los sentidos, se nos arroja una película moral, sobre lo injusto de una sociedad eminentemente machista, pero también sobre el papel de la sexualidad en las relaciones y en la vida tanto privada como social; sobre quién es culpable de la normalización de terribles comportamientos y las muchas consecuencias que puede haber. Que tras un «vivieron felices para siempre» la comedia se convierta en tragedia es algo que esta temática demandaba, si bien la película no pierde su tono y se despide con la frente muy en alto. Qué necesaria parece.
EE.UU. (2020)
DIRECCIÓN Y GUION Emerald Fennell
FOTOGRAFÍA Benjamin Kracun
MÚSICA Anthony Willis
REPARTO Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Clancy Brown, Jennifer Coolidge, Laverne Cox, Chris Lowell, Max Greenfield, Alfred Molina
El racismo sistémico es una mancha en el alma de los Estados Unidos. No lo digo yo, acaba de decirlo su presidente, Joe Biden, unas horas antes de que escriba esta crítica, con motivo de la condena del policía que asesinó a George Floyd desatando el movimiento #BlackLivesMatter el verano pasado. El cine estadounidense también ha intentado lavar esa culpa. Se ha notado especialmente en los últimos años con películas como 12 años de esclavitud, Selma, Talentos ocultos, El infiltrado del KKKlan o Get Out, entre otras muchas, por no hablar de clásicos como Matar un ruiseñor, Tomates Verdes Fritos o Mississippi en llamas. La que aborda esta crítica es una película de gran factura —nominada a 6 Oscares, incluyendo mejor película— en torno a una de las páginas más tristes de la lucha contra el racismo en ese país: el asesinato de Fred Hampton, líder del capítulo de Chicago del partido de los Black Panthers.
La muerte de Hampton por órdenes del FBI tiene un añadido al drama de tratarse de un líder antirracista: la traición de un infiltrado entre sus hombres. Como indica el acertado título de la película, es esta la historia en la que se enfoca, tomando el punto de vista del topo puesto por el FBI, William O’Neal. En estos dos excelentes personajes, con sendas actuaciones, se basa la película. Daniel Kaluuya (protagonista de Get Out, que le valiera su primera nominación al Óscar) se transforma externa e internamente y hace una actuación formidable como Fred Hampton, que a sus escasos 21 años era un idealista y un orador que encendía a las masas (la escena de la arenga después de que sale de la cárcel pone los pelos de punta). LaKeith Stanfield hace otro tanto como el traidor, mostrado como un hombre sin ideología que vive al momento y con la emoción a flor de piel, pero cuya conciencia va creciendo conforme avanza la trama. Formalmente la película cumple de sobra, con la fotografía del experimentado Sean Bobbitt y la música sugerente de Mark Isham y Craig Harris que a ratos experimentan con un jazz distorsionado, como introducen percusiones de guerra.
Naturalmente la película, a la que le importa más su mensaje que mayor verosimilitud, se divide en buenos y malos. Los primeros liderados por Hampton, idealista y poeta, marxista-leninista, que cita al Che Guevara e incita a la revolución: «mata a unos cuantos policías y tendrás algo de satisfacción, mata a unos policías más y tendrás más satisfacción, mátalos a todos y ten satisfacción total» (en español queda fatal, hay que oírselo a Hampton/Kaluuya), y dice proféticamente que «moriré por la gente… porque vivo por la gente». Los malos son los hombres del FBI sin escrúpulos, liderados por el tenebroso J. Edgar Hoover (Michael Sheen con buenas prótesis de maquillaje) quien está convencido de estar en una «guerra que amenaza el estilo de vida americano». En el gozne de ese planteamiento maniqueo está el ambiguo personaje de O’Neal, que ve por sí mismo hasta que los acontecimientos lo rebasan. La película, si bien es disfrutable para el público internacional, habla con especial fuerza a la sociedad estadounidense hoy que no parece estar ni cerca de purificar el racismo que siempre ha acompañado su historia.
EE.UU. (2021)
DIRECCIÓN Shaka King
GUION Shaka King, Will Gerson, Keith Lucas, Kenneth Lucas
FOTOGRAFÍA Sean Bobbitt
MÚSICA Mark Isham, Craig Harris
REPARTO Daniel Kaluuya, LaKeith Stanfield, Jesse Plemons, Dominique Fishback, Ashton Sanders, Algee Smith, Darrell Britt-Gibson, Dominique Thorne, Michael Sheen, Lil Rel Howery
Película autobiográfica del director coreano —aunque criado en Estados Unidos— Lee Isaac Chung en la que explora la infancia de un niño cuya familia se muda a Arkansas para empezar una granja. Minari ha alcanzado un público más amplio que las anteriores películas de Chung, que sin embargo mantiene su estilo contemplativo y una narrativa delicada, compuesta de muchos detalles. Y no es de extrañar: Estados Unidos es en muchos sentidos un país de inmigrantes, y pocas son aún las películas memorables que retratan el sueño americano desde la perspectiva de inmigrantes asiáticos.
Al estilo de Alfonso Cuarón en Roma —aunque con resultados formalmente distintos—, el cineasta hizo un ejercicio de «investigación» en su propia memoria, a partir del cual surgió un guion compuesto de distintas viñetas que cuentan los retos de una familia tanto externos como internos ante determinadas decisiones y circunstancias. Quizá su mayor fuerza sea lo bien delineados de sus personajes, de una idiosincracia más bien recatada: el padre, estrictamente racional y que quiere sacar adelante una granja únicamente con sus propios medios (tremenda oportunidad para Steven Yeun, más conocido por sus roles cómicos en la pantalla chica, quien aquí cosechó una nominación al Oscar); y la madre (Yeri Han), la contraparte más sensata, que pone prioridad en la familia. La historia pivota en torno al niño protagonista, pero especial mérito tienen los personajes secundarios: la estupenda abuela atípica que se lleva la película (otra nominación, esta vez para una experimentada actriz del cine coreano, Yuh-Jung Youn), o el veterano de guerra de un cristianismo excéntrico pero devoto que interpreta Will Patton.
El resultado es un filme de una cadencia tranquila —acompañado por la música adecuada pero casi omnipresente de Emile Mosseri— que tiene una carga dramática que va en aumento. Sus temas son clásicos del cine norteamericano: la familia como eje, la vinculación a la tierra como lugar de arraigo y requisito de prosperidad, tanto como el rol social de la religión y de la comunidad. El título responde al nombre coreano de una planta peculiar que la abuela siembra junto al río que corre cerca de la casa: el minari se arraiga con facilidad y crece donde otras plantas no podrían, a pesar de las condiciones adversas.
EE.UU. (2020)
DIRECCIÓN y GUION Lee Isaac Chung
FOTOGRAFÍA Lachlan Milne
MÚSICA Emile Mosseri
REPARTO Steven Yeun, Yeri Han, Alan Kim, Noel Cho, Yuh-Jung Youn, Will Patton
El fin del sueño americano
El cine es arte y es también industria y es un medio de comunicación social. Hay películas que aceleran algunos cambios sociales, otras los predicen o toman el pulso de la sociedad en un momento específico. Pienso que Nomadland hace esto último. Estrenada en plena crisis por la pandemia, cuenta la historia de muchos norteamericanos reales que, jubilados con una mala pensión o sin ella, recorren el país pasando de un trabajo temporal a otro, sin una residencia fija, viviendo un estilo de vida que tiene mucho de precariedad y descarte pero también —dice esta película, que no es para nada una tragedia— de libertad.
La joven directora china de formación anglosajona Chloé Zhao escribe y dirige este su tercer largometraje, que tiene un estilo documental tanto en su estructura narrativa como en su modo de producción y en los personajes que sigue: a reserva de los dos principales, los demás no son actores sino los propios nómadas a quienes la periodista Jessica Bruder siguió y entrevistó para escribir el libro en el que se basa la película. Zhao mantiene el estilo visual y narrativo de sus películas anteriores, también situadas en la América rural, con grandes planos de exteriores y un aire contemplativo, que se complementa bien con la música de Ludovico Einaudi.
Frances McDormand, quien produce la película además de protagonizarla, es sin duda quien sostiene la trama, además de darle relevancia internacional al proyecto que ha cosechado una cantidad récord de premios en un año raro para el cine, y que compite por 6 premios Óscar, incluida mejor película. McDormand, una actriz de un talento innegable, consentida de los hermanos Coen, ha lucido tanto en comedias como en dramas, pero aquí se aleja de los papeles de mujer dura que la han hecho famosa para interpretar a Fern, una viuda que recorre las carreteras en su camioneta, que es también su casa, generando lazos con los distintos lugares donde se detiene y las personas con las que coincide, casi todos nómadas como ella.
Con una trama argumental casi inexistente, la fuerza de Nomadland radica en las personas reales de las que habla, y los temas que toca, que son centrales en el momento que estamos viviendo: el trabajo como parte de una vida digna, la relación con la naturaleza, la solidaridad, el desarraigo, el descarte de los adultos mayores o la precariedad de la libertad humana en un sistema capitalista diseñado para vivir endeudado. En su aproximación contemplativa a la existencia humana deja ver también un anhelo de trascendencia, planteado de modo más claro en las reflexiones de los personajes en torno a la muerte. Una película sin duda bella e importante, que en un año menos raro se hubiera limitado a los circuitos de cine independiente.
(2020) Estados Unidos
DIRECCIÓN Chloé Zhao
GUION Chloé Zhao basada en el libro de Jessica Bruder
FOTOGRAFÍA Joshua James Richards
MÚSICA Ludovico Einaudi
REPARTO Frances McDormand, David Strathairn, Bob Wells, Linda May, Swankie
Lo que comienza como una historia humana empática se convierte en una experiencia inmersiva y finalmente devastadora en esta película sobre un anciano que va perdiendo sus facultades y la hija que intenta hacerse cargo de él. El dramaturgo francés Florian Zeller dirige en la pantalla esta adaptación de una exitosa obra suya que hace eco en una sociedad envejecida como es la de buena parte de Occidente y completa lo acertado de su planteamiento con un reparto de primera línea.
El titán que es Sir Anthony Hopkins no solo hace a sus 83 años una de las mejores actuaciones de su carrera, sino que también una muy valiente. Y es que si esta película debe ser especialmente dura de ver para alguien que empieza a envejecer —lo digo como una advertencia en toda regla— tanto más duro debe ser interpretarla. Y por si la asociación no fuera inmediata, se le pone al personaje la exacta misma fecha de nacimiento de Hopkins y se le llama Anthony (en la obra de teatro francesa no llevaba ese nombre). El protagonista se siente del todo real —quien ha tratado con ancianos lo sabrá bien— causando a veces enojo o frustración, pero también cariño y compasión ante quien de ser un adulto autosuficiente y enérgico se va volviendo dependiente y confundido delante de nuestros ojos.
La contraparte es la excelente Olivia Colman, que de la comedia británica ascendió a la primera línea del cine mundial con todo y Óscar por La favorita, e interpreta a la hija impotente pero cariñosa, y un puñado de actores secundarios bien elegidos. Si ciertamente el planteamiento es muy teatral —pocos personajes, una única locación y un tiempo condensado— el gran mérito de esta adaptación es no hacer teatro filmado, sino valerse de los recursos propios del cine para lograr una experiencia poderosa. Así, todo recae en la importancia del punto de vista, en este caso el del senil protagonista, que explica que todo suceda como sucede y da pie a una clase maestra de narrativa cinematográfica.
(2020) Francia-Reino Unido
DIRECCIÓN Florian Zeller
GUION Florian Zeller y Christopher Hampton
FOTOGRAFÍA Ben Smithard
MÚSICA Ludovico Einaudi
REPARTO Anthony Hopkins, Olivia Colman, Olivia Williams, Rufus Sewell, Mark Gatiss, Imogen Poots
Cada cierto tiempo, el cine danés destaca y cruza fronteras con una película de primer nivel. Es conocido su peculiar aporte en 1995 al cine mundial desde el movimiento «Dogma 95» —que propugnaba un cine directo, sin efectos ni artificios— por parte del controversial Lars Von Trier y de un cineasta que ha sido más discreto pero bastante consistente: Thomas Vinterberg. Este director presenta ahora esta película difícil de clasificar, que le ha valido la nominación al Oscar a mejor película extranjera y a él como director —una sorpresa agradable— y que parte de una premisa estimulante: cuatro profesores de bachillerato que deciden comprobar una teoría de que se vive mejor con un cierto grado de alcohol en la sangre en horas laborales.
Ocho años después de la excelente La caza (mi crítica aquí), una tragedia sobre un profesor de preescolar falsamente acusado de abuso sexual de menores, Vinterberg se asocia de nuevo con Tobias Lindholm para escribir un guion que podría suceder en el mismo universo narrativo. El mismo protagonista (Mads Mikkelsen, sin duda el rostro más internacional del cine danés) es nuevamente un profesor pero ahora de jóvenes que están en su último año de bachillerato. Sin embargo, si aquélla era una tragedia en toda regla, Otra ronda —cuyo título original, Druk, es una palabra muy particular del danés para referirse a una buena borrachera— tiene mucho de comedia, pero también de un profundo vacío existencial.
Como el alcohol en la vida, hay risas, momentos de liberación —la escena final es de antología— pero también momentos patéticos, cosas vergonzosas y situaciones dolorosas de cara a la familia y al trabajo. No es una película sobre el alcohol, sino sobre la vida. La película está dedicada a Ida, la hija del director que colaboraba con él en el proyecto y que falleció a los 19 años en un accidente automovilístico cuando habían empezado la preproducción. Lo que podía haber terminado con el proyecto terminó por volverse su inspiración, y la película encuentra así un peculiar balance, sin juzgar a sus personajes pero sin defenderlos, sin satanizar el consumo de alcohol pero mostrando las distintas consecuencias. La juventud está especialmente presente, al ser los personajes profesores que tratan con jóvenes y lidian con este tema en sus vidas: el prólogo con escenas de jóvenes alcoholizados es bastante elocuente en ese sentido.
El equipo artístico que colabora con Vinterberg cumple de sobra. La actuación de Mikkelsen es fabulosa —consigue todo un arco de emociones en una sola escena en un restaurante— y nos lleva con el director en ese viaje contradictorio que es el de una vida vacía que busca sentido. Sus tres colegas aportan más a la comedia, aunque cada uno está muy adecuado, especialmente Thomas Bo Larsen quien también tenía un papel importante en La caza, así como la esposa del protagonista. Visualmente la película es sobria, en servicio de la historia, y se agradecen los elegantes intertítulos sobre negro para mostrar, por ejemplo, los mensajes del smartphone y no los ya muy vistos globitos insertados sobre la imagen. Por último, la selección musical es muy acertada, desde un melancólico piano de Schubert hasta la onda funk de The Meters al ritmo de la cual se emborrachan los personajes. La canción original «What A Life» del grupo danés Scarlet Pleasure —basta ver el trailer de la película— es, en mi opinión, un hit inmediato. No busquen, en fin, moralejas en esta pieza de cine del bueno, pero sí una mirada a la vida y sus contradicciones cuando no hay un asidero y este se busca, en este caso, en el beber.
(2020) Dinamarca
DIRECCIÓN Thomas Vinterberg
GUION Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm
FOTOGRAFÍA Sturla Brandth Grøvlen
REPARTO Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang, Lars Ranthe, Maria Bonnevie