Sófocles rockero
La película que abrió este año el Festival de Cannes es una gran síntesis artística, producto de muchos talentos unidos y que sin ser una obra maestra es muy sugerente y tiene momentos de inmenso disfrute, especialmente para los amantes del género musical. Su origen es un proyecto del grupo Sparks, una banda más influyente de lo que es conocida, conformada por los excéntricos hermanos Mael, que por su estilo ha sido comparada con Queen. A la trama y canciones de Sparks se unió al frente del proyecto el audaz director francés Leos Carax, con lo que estamos ya en las ligas mayores en cuanto propuesta artística y visual. Protagonizan el polifacético Adam Driver en la cúspide de su carrera y Marion Cotillard que aunque tiene un papel mas bien pasivo cumple de sobra y refuerza el toque francés de una película que también tiene esa nacionalidad, aunque hablada en inglés y con productores de varios países.

Cuenta la historia de amor del irreverente comediante Henry McHenry (Adam Driver) y la diva de ópera Ann Defranoux (Marion Cotillard) que procrean a una hermosa bebé, Annette, representada por una marioneta. Sí. Y es que ya desde el arranque se establece el carácter posmoderno de esta obra, en el que en un gesto brechtiano los actores protagonistas, el grupo Sparks y el propio director se dirigen a nosotros como audiencia para hacernos conscientes de la ficción que vamos a presenciar. Todo esto, por cierto, en un plano secuencia y con una canción de ópera rock extraordinaria, la primera de varias. Compatible con esos elementos tan contemporáneos es la estructura de tragedia clásica griega que los creadores adoptan para contar esta historia: además de la obertura, está la presencia del coro como personaje que evalúa las acciones de los personajes, el aviso del oráculo —en este caso con un sueño con forma de rueda de prensa a la #MeToo— y, por supuesto, la tragedia de la trama. La fotografía de Caroline Champetier es bellísima, yendo de las luces eléctricas de la noche y de los escenarios, a la hermosa casa de la pareja o las olas en una tormenta intencionalmente teatral.

Ciertamente da la sensación de que algunas cosas sobran: al menos unos 30 minutos de su excesivo metraje que con afán de incluir las canciones no hace avanzar la trama y, siendo éstas muy buenas, terminan sintiéndose demasiadas. Lo mismo va por un par de escenas sexuales explícitas. Otro de sus puntos débiles es el poco balance entre los protagonistas, por el poco desarrollo del personaje de ella. El Henry McHenry de Driver es el verdadero protagonista y el actor —hijo de un ministro baptista sureño y una nativa americana que elige muy bien sus proyectos y a quien ya habíamos oído cantar en Historia de un matrimonio— hace un trabajo espectacular mostrando a un personaje que va directo al abismo. Hay momentos sublimes, como el desquiciado acto «cómico» de McHenry, apodado «el simio de Dios», o el monólogo en plano secuencia circular de Simon Helberg —el tercer actor que interviene en la trama— mientras dirige una orquesta. El final justifica parte del surrealismo con una metáfora que resulta muy adecuada. Vale la pena verla con ojo atento, también para detectar los divertidos cameos de los hermanos Mael y hasta uno de la cantautora mexicana Natalia Lafourcade. Un buen ejemplo de lo que el cine puede sintetizar del teatro y la música en un arte propio, visualmente poderoso.

(2021) EE.UU., Francia
DIRECCIÓN Leos Carax
GUION Historia original de Ron Mael y Russell Mael
FOTOGRAFÍA Caroline Champetier
MÚSICA SPARKS (Ron Mael y Russell Mael)
REPARTO Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg, Devyn McDowell