Guardianes de la Galaxia 3

Fin de la trilogía del equipo cósmico de inadaptados

Después de varios escándalos para permitir que James Gunn dirija la película desde 2017, «Guardianes de la Galaxia 3» es el esperado cierre de la exitosa trilogía de Marvel, envuelta por acción y ciencia ficción para continuar las emocionantes aventuras de Star-Lord y su equipo intergaláctico. Con un elenco carismático y un enfoque único, los personajes se enfrentan a desafíos personales y se ven envueltos en situaciones cósmicas, mientras que su lealtad y valentía son puestas a prueba.

Con ciertas licencias y libertades creativas, la dirección de James Gunn es excepcional, con su estilo visual distintivo, logrando transportar al espectador a mundos extraterrestres asombrosos y creando secuencias de acción que después de 32 películas de Marvel es difícil de hacer memorables (como la que se presenta en un pasillo de nave espacial). El diseño de producción para recrear planetas y personajes intergalácticos usando colores vibrantes y la atención al detalle en los efectos visuales contribuyen a una experiencia visual cautivadora.

El elenco de «Guardianes de la Galaxia 3» brilla una vez más en sus respectivos roles. Chris Pratt como Star-Lord muestra un carisma innegable y un manejo magistral de la comedia y la emoción. Además, Zoe Saldana, Dave Bautista, Bradley Cooper y Vin Diesel aportan profundidad y humanidad a sus personajes, generando un vínculo emocional con el público, sobre todo en algunas secuencias (flashback, revelaciones o explosiones catárticas) donde se abren y muestran profundidad.

La trama ofrece un equilibrio entre momentos de acción trepidante y exploraciones emocionales más profundas, entre la acción vertiginosa y los momentos de humor característicos de la franquicia. A través de diálogos ingeniosos y situaciones sorprendentes, mantiene al espectador comprometido y satisface las expectativas de los fanáticos, aunque por momentos la trama puede sentirse predecible y carente de sorpresas.

La película aborda temas de amistad, redención y el poder del trabajo en equipo. Con la evolución de los personajes, explora la importancia de superar el pasado y encontrar la redención personal. Oscilando entre las risas y las lágrimas, con un equilibrio de secuencias de eventos desafortunados y milagros que salvan el día, nos encontramos con un malvado bastante interesante que nos lleva a dudar sobre el papel que juega la explotación, la búsqueda de la mejora, la evolución y la «perfección», que en ocasiones conduce a ciertos abusos (animales, niños, comunidades completas) más por una insatisfacción con la realidad que por alcanzar un potencial bienestar.

La selección del soundtrack, elemento icónico de la trilogía vuelve a funcionar por su capacidad para involucrar canciones con los eventos en pantalla. La música no sólo acompaña al fondo por momentos, más bien se convierte en un recurso más para hacer la película interesante para todos, desde el inicio nostálgico con «Creep» (acústico) hasta grandes canciones como «No Sleep till Brooklyn» y «Dog Days Are Over».

Con la conformación de un equipo de inadaptados tratando de conectar con los demás, hay mensajes sobre la familia que nosotros elegimos y el valor de proteger aquello que amamos. Las ideas se transmiten elocuentemente, sin caer en moralismos o pontificar. La familia como lugar en donde nos podemos dar a los demás es un punto común a lo largo de la historia y se maneja con delicadeza y claridad.

Los recuerdos de un personaje evidencian los abusos y desgracias a las que se ha visto enfrentado durante varios años. Después de haber sembrado un sujeto deleznable y absurdamente violento durante varias películas, consigue plantearnos cómo conocer el pasado de alguien nos permite comprender mejor su manera de responder, su actuar, el sentir respecto a ciertas circunstancias. La comprensión habilita el cariño hasta por un mapache modificado con ganas de destruir todo a su camino para tratar de olvidar el dolor que habita en su interior.

La superación del pasado (no solo el recuerdo permanente o el olvido) abre la puerta al futuro, progreso que es imposible hasta que uno entiende, perdona y toma fuerza de los momentos que más han marcado nuestra vida. Si cada uno no se acepta como un racoon (mapache) con sus errores, aciertos, talentos y tragedias a lo largo de su aventura, es imposible impactar personalmente al mundo y los demás con plenitud. Gran escena de reconocimiento y reflexión para todos: “Ya estarás acá, pero todavía no. Tienes una misión por cumplir.”

A través de la apertura a la misión personal (“vocación”) que se va descubriendo en la dolorosa pero transformadora historia de Rocket, la búsqueda de sentido y encontrarlo en la trascendencia se proyecta como lo más importante de la vida. Al final de la película, dedican bastante tiempo para materializarlo en distintas formas de dedicarse al servicio de otros, quitándonos del centro individualista de nuestra existencia.

La película evidencia la crisis que atraviesa la compañía, porque Marvel demuestra que es capaz de hacer películas entrañables, que disfrute su audiencia y que permita encariñarse más con sus personajes favoritos, pero tendrá que dar pasos hacia atrás y aceptar que algunos de sus presupuestos narrativos y de producción simplemente no están funcionando. El cambio tendrá que darse pronto antes de empezar a agonizar.

En general, «Guardianes de la Galaxia 3» cumple con las expectativas al ofrecer una aventura cósmica emocionante con personajes entrañables y una dirección visualmente impresionante. Aunque tiene algunos puntos predecibles, los momentos de diversión y los temas subyacentes la convierten en una película recomendada para los seguidores de la franquicia y los amantes del cine de superhéroes. Interesa el futuro de la dirección hábil de James Gunn, que ha tomado las riendas del reboot del universo de DC Comics. ¡Larga vida al nuevo capitán Rocket Racoon!

(2023) EE.UU.
DIRECCIÓN James Gunn
GUION James Gunn
FOTOGRAFÍA Henry Braham
MÚSICA John Murphy
REPARTO Chris Pratt, Zoe Saldaña, Dave Bautista, Karen Gillan, Pom Klementieff, Vin Diesel, Bradley Cooper, Sean Gunn, Chukwudi Iwuji, Will Poulter

John Wick 4

La liturgia de la violencia

Regresa uno de los más recientes iconos culturales: John Wick, el sicario invencible, el Baba Yaga como se subtitula esta entrega —apodo tomado del folclor eslavo referido a una poderosa bruja—, el «esposo amoroso» como quiere que diga su epitafio, que solo quiere que lo dejen en paz y que decidió «matarlos a todos» cuando le quitaron el último recuerdo de su esposa: un cachorro. Ya di más contexto de esta saga en mi crítica de la entrega anterior, que recomiendo leer en este enlace. Si ahí resalté que el éxito y continuidad de este universo narrativo se basa en las reglas de la violencia que establece, aquí se da un paso más dando toda una liturgia a la violencia. Los personajes viven religiosamente su mundo violento de asesinatos, divididos en clanes o familias, regidos todos por una autoridad infalible, llenos de ritos y tradiciones que deben cumplirse.

De las (pocas) novedades en esta entrega son el joven villano, el Marqués de Gramond interpretado por el joven pero terrorífico Bill Skarsgård (interpretó a Pennywise, el payaso en las nuevas versiones de It, con eso se dice todo). Se trata de un hombre ambicioso y sin escrúpulos, designado por la autoridad para resolver ese «problema» que es John Wick y que siempre está a punto de romper las sagradas reglas. Por cierto que si todas sus escenas son conversaciones, éstas se sitúan en escenarios espectaculares (salas de banquetes, museos famosos, elegantes campos de equitación) que hablan del personaje indirectamente. Otros añadidos interesantes son los personajes del ciego, viejo amigo de Wick ahora obligado a perseguirlo (interpretado por la leyenda china de las artes marciales, Donnie Yen), y el anónimo cazador (Shamier Anderson) que también anda detrás de Wick acompañado por un fiero can. Repiten los clásicos de la saga (entre ellos el recién fallecido Lance Reddick) y por supuesto Keanu Reeves, cuya carrera fue relanzada por esta saga, y quien pronuncia menos de 400 palabras en toda la película (menos de los muertos que lleva en la saga).

En fin, esta cuarta entrega cumple con lo que han prometido sus antecesoras. Mucho ritmo, mucha violencia y mucha catarsis, siempre que uno entienda el pacto de lectura de que esta violencia no debe ser tomada en serio: es un chiste que resulta mucho más irónico por toda la pompa y circunstancia que tiene alrededor. También cumple cinematográficamente, con secuencias increíbles como una pelea campal en la rotonda del Arco del triunfo parisino (sin detener el frenético tráfico, por supuesto), o un fabuloso largo plano secuencia cenital que busca emular la estética de los videojuegos. Y la saga dará para rato pues ya se anunció Ballerina, spin-off protagonizado por Ana de Armas, y la precuela The Continental sobre cómo el personaje de Winston construyó el hotel que es uno de los ejes de la trama. Mucha violencia, sí, pero me parece que lo suficientemente irreal como para que sea un divertimento y no un recordatorio de la mucha violencia que nos rodea.

(2023) EE.UU.
DIRECCIÓN Chad Stahelski
GUION Shay Hatten y Michael Finch basados en personajes de Derek Kolstad
FOTOGRAFÍA Dan Laustsen
MÚSICA Tyler Bates y Joel J. Richard
REPARTO Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Ian McShane, Bill Skarsgård, Donnie Yen, Shamier Anderson, Clancy Brown, Hiroyuki Sanada, Rina Sawayama, Scott Adkins, Natalia Tena, Lance Reddick

¡Que viva México!

Ni para reír llorando

Es ya una especie de tradición en la sociedad mexicana que cada sexenio el cineasta Luis Estrada estrene una película de sátira política, sin pelos en la lengua y con una aguda crítica social y al gobierno en turno, con bastante sentido del humor respecto a la situación actual mexicana. Si la genial La ley de Herodes (1999) hizo época con su retrato del poder en todos los niveles bajo el México priísta; la más floja Un mundo maravilloso(2006) criticó las falsas esperanzas de cambio del primer gobierno del PAN; tuvo más alcance El infierno(2010) que muestra cómo permeó la violencia del narcotráfico en la sociedad mexicana; y La dictadura perfecta (2014) retrató la dependencia del gobierno de las narrativas de los medios de comunicación. Pero ¡Que viva México! no es mordaz, ni original, y cuando rebasa las tres horas ya ni siquiera divertida.

Pancho Reyes (Alfonso Herrera) es un ingeniero y padre de familia que busca tener una vida acomodada en la Ciudad de México, lejos de su origen de pobreza en el mísero pueblo de La Prosperidad donde dejó a su familia a la que no ha visto en más de 20 años. Cuando fallece su abuelo y deja como condición la presencia de Pancho, su nieto favorito, para la lectura del testamento, Pancho viaja con su familia al pueblo, a ese otro México, donde le espera el encuentro con su padre Rosendo (Damián Alcázar) y su conflictiva familia de pobres y buenos para nada. La trama avanza entre lugares comunes, slapstick comedy, humor escatológico, las omnipresentes groserías que pierden fuerza a cada repetición, alguna escena sexual explícita sin repercusión en la trama y redundantes repeticiones de chistes y del propio argumento. 

Estrada puebla a su mundo de personajes arquetípicos sin profundidad y los hermanos del protagonista responden a distintos estereotipos mexicanos caricaturizados: el ignorante de pueblo, el mariachi, el narcotraficante, el homosexual, la rezadora, etc. A la Eddie Murphy en El profesor chifladoDamián AlcázarJoaquín Cosío —los dos actores icónicos de este director— interpretan a varios personajes cada uno. Con clara referencia a Los tres huastecos de Ismael Rodríguez —donde Pedro Infante interpretaba a tres hermanos en lo que era una proeza técnica allá en 1948— Damián Alcázar encarna a tres hermanos: el pobre pero optimista papá del protagonista, el político corrupto y el sacerdote del pueblo. Junto con otras referencias a la época del cine de oro mexicano —e incluso otras más sofisticadas como a Paris, Texas (Wim Wenders, 1984)— la propuesta visual no va más allá de la comedia fácil sustentada en el diálogo, amén de algunas referencias divertidas como los incontables nietos de don Rosendo corriendo y pululando en todo momento.

La producción tuvo sus propias aventuras, como el deslinde del director con Netflix un día antes del estreno planeado para el noviembre pasado. También, como en todas sus películas, Estrada dice ser muy crítico con el gobierno en turno, pero lo cierto es que a pesar de que la cinta incluye imágenes reales del presidente López Obrador —lo que en sus otras películas no hacía, manteniendo cierto aire de metáfora— más que criticarlo parece darle la razón en su narrativa política: México es un país donde la pobreza y la desigualdad imperan y que pide a toda costa ser rescatado. Hay referencias a los políticos de siempre, que solo han cambiado de partido como si cambiaran de chaqueta según los tiempos cambian. Y se señalan características sociales mexicanas, sobre todo la desigualdad y la polarización en la que los pobres ven con envidia y sumisión al que prosperó por sus méritos, creyéndolo además inmensamente rico. Como siempre en el cine de Luis Estrada, hay una visión profundamente negativa de la naturaleza humana y en específico de los mexicanos que, nos dice, son todos avariciosos y ladinos. Si sus comedias negras nunca tienen un final feliz, aquí ese final llega además muy tarde. Al menos en sus anteriores películas la crítica era divertida.

(2023) México
DIRECCIÓN Luis Estrada
GUION Luis Estrada y Jaime Sampietro
FOTOGRAFÍA Alberto Anaya Adalid
MÚSICA Nacho Mastretta
REPARTO Damián Alcázar, Alfonso Herrera, Joaquín Cosío, Ana de la Reguera, Ana Martín, Angelina Peláez, Sonia Couoh, Luis Fernando Peña, Álex Perea, Mayra Hermosillo, Vico Escorcia, Salvador Sánchez, José Sefami

Tàr

Oscuro adagio

La directora de orquesta Lydia Tàr (Cate Blanchett) está en la cima de su carrera. Dirige la prestigiosa Filarmónica de Berlín, ha ganado todos los premios relevantes en su campo, viaja por el mundo dictando conferencias y dando clases magistrales. Orgullosa maestro, como la llaman con admiración, y activa feminista, es lesbiana y vive con su pareja estable —que es también el primer violín de su orquesta— en un fabuloso apartamento moderno en Berlín, con su hija adoptiva, la pequeña Petra. Tàr presenta ahora su autobiografía, Tàr on Tàr, y se dispone a grabar en vivo su opus magna. Sin embargo, la fatalidad empieza a anunciarse sutilmente para poco a poco ir cayendo sobre la protagonista no sin culpa de ella. 

Tras varios años sin estrenar una película, Todd Field (In the Bedroom, Little Children) escribió este drama durante el confinamiento del Covid-19 armado todo en torno a un personaje principal escrito especialmente para Cate Blanchett. Efectivamente, la actriz australiana no solo es el mayor atractivo para ver la película sino que se luce en un papel de una antiheroína ambiciosa, exitosa y sin escrúpulos, si bien deja ver también su debilidad. La película sin ella simplemente no sería. Complementa el proyecto de Field otra mujer, la compositora islandesa Hildur Guðnadóttir, también mencionada en la trama y quien compuso la banda sonora original, toda ella presentada en composiciones musicales dentro de la historia y disponible en un album conceptual que simula una sesión de trabajo de una orquesta.

La vida de la ficticia Lydia Tàr se siente ferozmente actual. Situada en la época postpandemia, al vaivén de la cancelación en las redes sociales y las denuncias a lo #MeToo. Contada con lujo de detalles, la película nos va metiendo en la vida de la protagonista: su ritmo de trabajo, su entorno estéticamente cuidado (el diseño de producción hará la delicia de arquitectos y decoradores de interiores), su pasión artística y el mundo de la élite musical. Pero también su arrogancia, su peligrosa seguridad, sus maldades pasadas y presentes, para ella justificadas por su prestigio y su estatus. Poco a poco se anuncia la oscuridad, con pequeños detalles propios del cine de terror: un metrónomo que suena de noche y nadie activó, unos gritos anónimos pidiendo ayuda en el bosque, un enorme perro negro, o la desgracia en forma de una vecina con retraso mental cuidando a su madre enferma en estado deplorable.

Con dos horas y media de duración, la película se toma su tiempo sin llegar a ser aburrida. Más bien el tercer acto tiene varios saltos que se antojan apresurados tras el relato minucioso del que veníamos (anunciado ya desde los largos créditos iniciales en los que figura todo el equipo de producción). Las escenas finales pueden desconcertar un poco, pues parecen pertenecer a otra historia, si bien subrayan muy bien lo que quiere hacer esta trama con el destino de una protagonista así, que pensaba que lo tenía todo.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Y GUION Todd Field
FOTOGRAFÍA Florian Hoffmeister
MÚSICA Hildur Guðnadóttir
REPARTO Cate Blanchett, Noémie Merlant, Nina Hoss, Sophie Kauer, Mark Strong

The Whale

Ser salvado

Charlie (Brendan Fraser) es un hombre que padece obesidad mórbida. Con poca movilidad, desde su pequeño apartamento enseña escritura a sus alumnos universitarios en línea y sin encender su cámara. Poco a poco, mientras se niega a recibir tratamiento médico y sigue comiendo compulsivamente, se va conociendo su doloroso pasado y las pocas personas que intervienen en su vida: su amiga enfermera Liz (Hong Chau), un joven misionero que llega a tocar a su puerta (Ty Simpkins) y la hija adolescente a la que dejó de ver hace años y con quien busca reconectar (Sadie Sink).

El siempre sugerente director Darren Aronofsky dirige esta película, sencilla pero emocionalmente poderosa. Escrita por el dramaturgo Samuel D. Hunter a partir de su propia obra de teatro, mantiene formalmente algunas características teatrales: un solo espacio, pocos personajes. Todo sucede en cinco días. Estéticamente esta primera cinta digital de Aronofsky, con la dirección de fotografía de su habitual colaborador Matthew Libatique, apuesta por una paleta de colores bastante uniforme, de grises y azules, y una relación de aspecto casi cuadrada. La música de Rob Simonsen busca los tonos emocionales y épicos a los que el título hace referencia, con la explícita mención en la película a la novela Moby Dick y la obvia metáfora entre ese animal grande y triste y el protagonista de la historia.

Desde luego, una cinta de estas características se sostiene en gran parte en las interpretaciones. Y lo más sonado ha sido la actuación de Brendan Fraser, quien en su momento estuvo en la cumbre de Hollywood como galán divertido (a muchos nos marcó La Momia como de lo mejor del cine de aventuras) pero que desapareció de los reflectores en los últimos años debido a una fuerte depresión. Su historia personal sumada a esta interpretación, lejos de todo atractivo físico y con un traje de látex, con momentos de dolor y de autodestrucción, le han valido ya muchos premios y huele a Oscar seguro. Y el resto del reparto está ciertamente a la altura.

Es muy llamativo el interés de Aronofsky, quien se dice ateo, con los temas religiosos. Es algo central en La fuente de la vida, desde luego en su particular visión de Noé, y en la desconcertante e incomprendida mother!. En The Whale, el tema central es la salvación. Se repite continuamente y de muchas maneras: Charlie necesita ser salvado. El joven misionero quiere hacerlo desde su fe, la enfermera desde su ayuda y amistad, y él quiere encontrarlo en su hija, en la que está dispuesto a ver la bondad y la trascendencia de su vida incluso contra toda evidencia. En este sentido, es una película optimista.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Darren Aronofsky
GUION Samuel D. Hunter
FOTOGRAFÍA Matthew Libatique
MÚSICA Rob Simonsen
REPARTO Brendan Fraser, Hong Chau, Sadie Sink, Ty Simpkins, Samantha Morton

Decision to leave

El amor como un misterio sin resolver

En manos de Park Chan-wook, uno de los más reconocidos directores de la escena internacional por películas filmadas creativa y arriesgadamente como Old Boy y Stoker, lo que parece una aburrida historia entre un investigador de homicidios en la policía de Busan y una mujer refugiada china que es sospechosa de asesinar a su marido, adquiere matices y una riqueza fílmica envidiable, en una película con una diversidad de recursos que logran mantener nuestra atención y tensión por más de dos horas.

La dirección en el filme, ganadora al premio para Park en Cannes 2022, complementa su potencial para contar una historia con momentos novedosos donde la edición es alocada y poco formal (su sello distintivo). Una conversación por celular donde observamos pantallas de móvil y secuencias donde se combina la realidad con el ensoñamiento, son medios para entrar en el intimismo y romper el bloqueo emocional de ambos personajes a través de medios alternativos para comunicarse con nosotros, como un videoblog, notas de voz, recuerdos, sueños o la imaginación.

Como el sushi premium con el que comienza el romance de los protagonistas, hay un deleite sobrio pero elevado de reflejos e iluminación discreta, junto a una elegancia narrativa y visual, donde la sensualidad se hace presente en escenarios comunes de la ciudad para desenvolver su historia. Las claras influencias del cine negro se manifiestan a lo largo de todo el filme, logrando uno de los mejores largometrajes de este subgénero en los últimos años.

Todo lo que se busca transmitir, se plantea con el mínimo diálogo y los comentarios a lo que aparecen en pantalla son limitados, atinados, medidos, soltados casi a regañadientes. Sin embargo, para disfrutar y conectar con esta historia, es necesario que el espectador se deje envolver con el tono y el estilo en el que se cuenta el romance (o el misterio), corriendo el riesgo de aburrirse o de juzgarla como fría.

El protagonista, un joven policía brillante e íntegro, ve a su esposa (trabajadora científica) con hastío para “tener relaciones una vez por semana, aunque se odien”. En un día más de trabajo, un caso en una lista interminable y una serie de personas con las que se convive cotidianamente destaca cómo puede sentirse atraído por una mujer que es citada a declarar en el departamento de policía. Lo simple de la secuencia en la que ambos cenan por primera vez, permite explorar cómo un sentimiento nace, entre detalles que van apareciendo con una belleza sencilla, transformando una ordinariez en un momento romántico memorable.

El impacto emocional que un enamoramiento puede provocar en alguien se proyecta sin el típico melodrama burdo y la pasión despertada se irá convirtiendo en una obsesión para ambos, que estarán jugando a perseguirse mutuamente. Las fantasías contrastan con los lugares donde conviven y, por momentos, la densidad en el ambiente se puede cortar con un cuchillo. Es tanta la tensión en ciertas secuencias que nos quedamos perplejos esperando cuál será el próximo movimiento que mantendrá viva su historia.

Las interpretaciones asiáticas pueden parecen planas o limitadas, pero guardan todo un baúl de emociones que nos pueden provocar frustración o ganas de explotar con los actores. La mesura y la discreción al expresar las emociones se contraponen a las consecuencias físicas de la pérdida, exponiendo cómo una pasión puede cimbrar hasta lo más profundo cuando se alimenta, por muy fugaz o sencilla que sea al inicio.

La atracción entre ambos, donde un simple roce de manos o una cena son los catalizadores de las más profundas historias de amor, llevará a nuestro protagonista al límite. Los protagonistas no escapan de sus verdugos, ni superan aquello que han sentido. Al aceptar su amor por ella, se rompe por dentro, sus ideales, ambiciones y prestigio se ven afectados por la relación que antes provocaba emoción e ilusión, dejándolos a ambos con el corazón roto y como víctimas de un misterio a resolver. Pero el misterio a resolver no es un asesinato, sino cómo se vive el amor imposible y cómo se puede sobrevivir a él cuando las circunstancias no permiten experimentarlo por completo.

Una reflexión sin adoctrinar sobre las relaciones marcadas por la violencia, conveniencia económica o el simple costumbrismo vacío de sentimiento, comparada con aquella historia que nunca fue, con la persona que siempre estará en nuestro interior, robándonos el sueño. Nos dejará pensando en nuestras propias experiencias románticas y las relaciones que hemos forjado con el tiempo, esos momentos especiales que hemos vivido con otros, que forman parte de nuestra propia película y podrían ser parte de una narrativa fantástica, sin necesidad del espectáculo.

Al final nos quedamos enredados con la delicadeza susurrada, soñando una relación imposible, en el ambiente más desesperanzado contemplando el mar y un montón de arena, después de una brillante exposición cinematográfica que con su caso sin resolver sutilmente nos recuerda aquel estribillo de Joaquín Sabina en Contigo: “Morirme contigo si te matas, matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”.

(2022) South Korean

DIRECCIÓN Y GUION Park Chan-wook

FOTOGRAFÍA Kim Ji-yong

MÚSICA Jo Yeong-wook

REPARTO Tang Wei y Park Hae-il

Babylon

La experiencia estética del exceso y su repugnancia

Damien Chazelle, el director más joven en ganar el Óscar a Mejor Director y reconocido por la audiencia por La La Land y Whiplash, nos proyecta su lectura personal de la historia del cine y cómo la industria que está detrás ha influenciado en la cultura y la vida de los que habitan Hollywood, desde la perspectiva de las personas que lo han hecho posible.

Durante las más de tres horas de metraje, como una licuadora a máxima velocidad, nos brinda un repaso de los grandes géneros cinematográficos: el musical, la acción, la comedia, el terror, el melodrama y lo erótico; así como las categorías estéticas que este “arte” es capaz de evocar: lo bello, lo sublime, lo cómico y, sobre todo, lo trágico, lo grotesco y la fealdad.

La película, bien ganada su clasificación C, logra su cometido rápidamente: el asco del espectador ante lo que se proyecta en la pantalla. En repetidas ocasiones, como en un ciclo inagotable, se repasa una vorágine de excesos, vanagloria, desnudos, muerte y un sentido de despreocupación existencial que lleva a cometer aberraciones sin prestar atención a sus consecuencias y, como si fuera sátira, la vulgaridad en el ambiente de infinita frivolidad.

Quitando la visión romántica de los inicios de Hollywood, se presentan personajes estereotipados que servirán para reflejar la realidad de grupos concretos en el mundo del cine: actores, productores, músicos, guionistas, marginados, afroamericanos talentosos sufriendo racismo, migrantes, mujeres dispuestas a lo que sea por alcanzar la fama, en medio de problemas emocionales y psicológicos. Se trata de su visión realista pero amarga, caótica pero sentimental, exótica y memorable a la vez.

Después de un prólogo de más de 15 minutos, comienza el recorrido de cinco aventuras, donde el escenario será el inicio de la industria multimillonaria del cine en Hollywood, con la transición entre el cine mudo al sonoro como el gran reto al que se enfrentan nuestros protagonistas. Los inicios del cine son representados de forma brillante y grandilocuente, un homenaje para los que han hecho posible lo que hemos disfrutado por más de cien años.

El título, directa referencia al pueblo de Babilonia y su idolatría, apunta al ejercicio de reflexión sobre cómo la persona ante el dinero, poder y la fama, se pierde entre el exceso y lo podrido hasta llegar a extremos demoniacos. La película versa sobre la pérdida del control sobre sus propias vidas, la exposición a peligros absurdos y el sentimiento de vacío conforme su historia avanza. La analogía con “La Gran Ramera” (Apocalipsis, 17) nos recuerda que, ante la lascivia y la soberbia, aunque se trata de una capital cultural, la persona pierde sus ideales nobles y la capacidad de disfrutar la vida y ser feliz dignamente.

Como ya es costumbre en su filmografía, la música vuelve a acompañar y contribuir en la forma al filme. Su amigo Justin Hurwitz vuelve a componer melodías icónicas de piano acompañado de violín y acordeón, repetitivas y memorables, superando la destreza manifestada en sus películas anteriores (tarea nada fácil). Los momentos de mayor tensión o catarsis apuntando a la locura que se vive en las imágenes cuentan con una base de jazz de la gran década de los 20’s, mezclado con EDM y unos instrumentos de viento virtuosos (la melodía la llevan trompetas y trombones). Las percusiones provocan un ambiente festivo, alegre, pero siempre con un tono nostálgico, que nos recuerdan que en las escenas de fiesta y desenfreno hay algo oculto, oscuro en el corazón de los que están bailando. De lo mejor que se ha escuchado en una sala de cines en años.

Es destacable el uso del director del lenguaje cinematográfico y su capacidad técnica para grabar secuencias bastante largas pero de espectacularidad que pocas veces se puede encontrar en el cine contemporáneo. El deleite del espectador ante lo que observa parece imparable ante lo ridículo de ciertas situaciones donde los personajes llegan a lo patético, desde la hilaridad de la primera vez que se filma una escena de filme sonoro en el estudio, hasta el terror en la huida de un pozo de depravación y asquerosidad infrahumana.

Todos los excesos se presentan también en el aparato técnico con una catarata de situaciones, luces, cientos de actores, explosiones, sonidos y magnanimidad audiovisual, quitando el aliento al notar en pantalla cada dólar que costó la producción. El ritmo desenfrenado de secuencias de más de veinte minutos requiere de espacios intermedios que nos permiten recuperar el aliento con algún chiste ligero o una discusión acalorada. Para luego volver a los juegos de cámara en mano acelerada a la Scorcese, primeros planos con fondo difuminado y algunos momentos de Cinemascope (que ya son el sello de la dupla Chazelle-Sandgren), una paleta de colores saturada, cortes acelerados y los vestuarios estrambóticos.

Margot Robbie como la estrella de cine Nellie, desde un origen humilde e inculto, brinda una actuación destacada que sorprende no lograr una nominación al Óscar. Se nos presenta con la mejor escena de baile del año (superando lo poco que Bardo podía presumir) y es la protagonista con una historia de amor como en otras películas del director. La relación entre Manuel (un migrante mexicano) y Nellie sirve para reflejar lo difícil que es mantener un sentimiento sincero ante el terror que puede provocar una vida modesta, una pareja estable, alejados de la farándula y los reflectores.

El análisis sobre la fortuna y la fama que parecen dar la espalda a los protagonistas, en concreto a Jack Conrad (interpretado espectacularmente por Brad Pitt), se consuma en un diálogo con una crítica de cine que juega como la voz de su conciencia y nos permite verbalizar aquello que está en el corazón y la mente de los que buscan el éxito, el dinero y el poder de manera desordenada, quedando vacíos y siendo olvidados al final de su vida.

En algún momento, uno de los personajes se enfrenta a lo que parece ser el mismo demonio y con un descenso a los infiernos (casi literalmente) se da cuenta de lo que está detrás, la oscuridad y deshumanización a la que tendrá que ceder si desea seguir ahí. La culminación del éxito se evidencia en forma de olvido cuando ya no se te necesita, de falsa inclusión, suicidio, de vicios y drogadicción, dejando como única opción la huida de ese mundo o la muerte.

Montaña rusa de emociones que nos envuelven en secuencias absorbentes a manera de anecdotario, donde nos perdemos en aventuras bizarras sin rumbo o sentido; transmitiendo las subidas y bajadas de la vida, pero constantemente recordando que se trata de un espiral descendente del que pocos pueden escapar.

La crítica se ha centrado en que sobra o harta la última hora de la película, aunque me parece que el director tenía la intención de llevar todo más allá del límite y que no quedara como el cuento de una fiesta que termina mal, sino que desea que el espectador se enfrente a la resaca, el hastío y las ganas de salir de ahí ante la locura y la desesperación de una caída libre que parece no terminar.

En el gran final, al que Chazelle nos tiene siempre esperando en sus películas, los últimos minutos alcanzan niveles que pasará a la historia del cine como una secuencia memorable. Contemplando como un espectador más el misterio de la proyección, con un viaje acelerado y experimental a diversos momentos de la historia del cine, desde el blanco y negro, Persona de Bergman y 2001 de Kubrick hasta la tecnología de Avatar, culmina la vorágine de imágenes de su propia película con otras sobrepuestas al extremo, rompiendo la cuarta pared con cuadros RGB (los tres componentes del color digital).

Pocas veces el exceso ha sido tan bien exhibido, reflexionando sobre el mismo arte cinematográfico, su historia, su alcance y sus problemas internos como industria. Con una película de 110 millones de dólares, Damien Chazelle se enfrenta su mayor fracaso en la taquilla de su trayectoria, ¿pero acaso no es experimentar un ingrediente más de lo que él mismo considera el cine?

(2022) EE.UU.

DIRECCIÓN Y GUION Damien Chazelle

FOTOGRAFÍA Linus Sandgren

MÚSICA Justin Hurwitz

REPARTO Brad Pitt, Margot Robbie, Diego Calva, Jovan Adepo, Li Jun Li y Jean Smart

The Banshees of Inisherin

El final de una amistad

Sencilla y brutal, la última película de Martin McDonagh cuenta la historia de dos amigos en un pequeñísimo pueblo costero irlandés a inicios del siglo XX. Un buen día uno de ellos decide que ya no quiere ser amigo del otro, sin motivo aparente. Con esta premisa tan sencilla, casi tonta, McDonagh monta un interesante retrato de personalidades humanas, de nuestra sociabilidad, y de lo que es importante en la vida.

Tras escribir y dirigir la excelente Tres anuncios en las afueras —una obra de mucho más envergadura y más ambiciosa que ésta que nos ocupa—, el cineasta inglés vuelve a dirigir a Colin Farrell, esta vez de nuevo junto a Brendan Gleeson, dos estrellas irlandesas que protagonizaron la ópera prima del director, En Brujas. Si bien vuelve con estos actores, el ambiente de su historia es más parecido al de su última película: pueblo chico, infierno grande. Eso sí, esta vez privilegiando los preciosos paisajes de la fría costa irlandesa.

Una película así, casi intimista, recae casi enteramente en las interpretaciones. Y no fallan: Colin Farrell demuestra tener un registro amplísimo —y más tomando en cuenta su reciente actuación como villano del último Batman— esta vez interpretando a un personaje simple, casi bobo, un necio de buen corazón, como un niño. Brendan Gleeson es la contraparte, su antes amigo, artista, un hombre tan sereno como bruto. Destacan también Kerry Condon como la sensata hermana del protagonista y el ascendente Barry Keoghan como el tonto del pueblo (más tonto que el protagonista, y hay que empeñarse).

A partir de una premisa casi absurda, la película va pintando a sus personajes sin prisas, y con esa mezcla tragicómica de humor y violencia, sello de las películas de este director, va soltando preguntas no menores. ¿Es más valioso hacer algo grande para la humanidad o pasar el tiempo con quienes queremos? ¿En qué consiste la amistad realmente, ese tipo de amor que los grandes filósofos y literatos han elogiado? No por nada, Aristóteles dijo que la amistad es «lo más necesario para la vida» y que «sin amigos nadie querría vivir».

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Y GUION Martin McDonagh
FOTOGRAFÍA Ben Davies
MÚSICA Carter Burwell
REPARTO Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan, Pat Shortt, Sheila Flitton, Gary Lydon

Ruido de fondo

Cunde el pánico

Adaptación de la novela estadounidense White Noise de Don DeLillo, publicada en 1985 como una crítica a la sociedad posmoderna. Cuenta la historia de una familia de los suburbios que se enfrenta a un desastre tóxico con tintes apocalípticos en medio de sus propios conflictos. La trama parece mandada a hacer para el guionista y director Noah Baumbach, cuyo cine ha girado en torno a relaciones familiares en la América contemporánea tratadas de modo tragicómico: The Squid and the Whale, While We’re Young, The Meyerowitz Stories y con gran éxito hace un par de años, Historia de un matrimonio. Rasgos que también comparten, de alguna manera, sus guiones que ha dirigido Wes Anderson: Fantastic Mr Fox o The Life Aquatic. Netflix vuelve a darle el voto de confianza y así escribe y dirige esta cinta.

Si bien el que esto escribe es un gran entusiasta del cine de Baumbach así como de las interpretaciones de Adam Driver, protagonista de esta cinta, hay que advertir que no estamos ante una película de género convencional. Ceñida a la popular novela que adapta, no es del todo comedia, ni del todo drama, ni del todo thriller, ni del todo cine de desastres naturales. Aunque tiene elementos de todos esos géneros. Con un primer acto sugerente, un segundo acto desconcertante y un tercer acto que raya en lo deleznable, más que una historia redonda con un viaje emocional, es un collage estético y temático, con momentos muy bien logrados, pero que en conjunto deja un poco que desear.

La interpretación de Adam Driver, panzón y padre inseguro, es una auténtica gozada (y valga aquí romper una lanza a favor de uno de los mejores actores de nuestra época, con un registro impresionante que lo habilita para todos los géneros, tanto como infravalorado, al menos por los Oscars). Su esposa en la cinta es Greta Gerwig, esposa en la vida real del director Noah Baumbach y talentosa cineasta a su vez, famosa por sus recientes Lady Bird, Mujercitas y próximamente Barbie. Los niños también están excelentes, y como en el cine de Wes Anderson, son maduros mientras que los adultos se comportan como niños. Los personajes secundarios, aunque solo tengan una o dos escenas, son geniales. La factura estética, ochentera y colorida, es una delicia, y la música del veterano Danny Elfman cumple de maravilla.

Como la novela original, se trata de una sátira que critica el consumismo autodestructivo del ser humano (no por nada el imperdible baile de los créditos finales es en el supermercado), así como lo absurdo que puede llegar a ser el mundo académico (el protagonista es un experto en «Hitler Studies», aunque todos ignoran que no sabe una palabra de alemán), asuntos que de los ochentas para acá no han hecho más que volverse más actuales. Sin embargo, su tema principal es el miedo a la muerte, y esto hace que la película pueda ser traída a una discusión mucho más profunda. El alarmismo de los personajes ante el desastre tóxico no puede no recordarnos la reciente pandemia, al verlos con sus cubrebocas, sus falsos síntomas, sus teorías de la conspiración. Incluso unas monjas sin fe recuerdan la importancia de que alguien mantenga la fe en este mundo para que siga en pie. Podría tener hasta un mensaje en pro de la unión familiar, si bien los hijos son de los distintos matrimonios que los protagonistas han tenido en el pasado. En fin, una cinta para disfrutarse y luego analizarse con calma, si bien el primer visionado se pueda sentir un poco desacompasado.

(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Noah Baumbach
GUION Noah Baumbach basado en el libro de Don DeLillo
FOTOGRAFÍA Lol Crawley
MÚSICA Danny Elfman
REPARTO Adam Driver, Greta Gerwig, Don Cheadle, Raffey Cassidy, Sam Nivola, May Nivola, Lars Eidinger