







La directora de orquesta Lydia Tàr (Cate Blanchett) está en la cima de su carrera. Dirige la prestigiosa Filarmónica de Berlín, ha ganado todos los premios relevantes en su campo, viaja por el mundo dictando conferencias y dando clases magistrales. Orgullosa maestro, como la llaman con admiración, y activa feminista, es lesbiana y vive con su pareja estable —que es también el primer violín de su orquesta— en un fabuloso apartamento moderno en Berlín, con su hija adoptiva, la pequeña Petra. Tàr presenta ahora su autobiografía, Tàr on Tàr, y se dispone a grabar en vivo su opus magna. Sin embargo, la fatalidad empieza a anunciarse sutilmente para poco a poco ir cayendo sobre la protagonista no sin culpa de ella.
Tras varios años sin estrenar una película, Todd Field (In the Bedroom, Little Children) escribió este drama durante el confinamiento del Covid-19 armado todo en torno a un personaje principal escrito especialmente para Cate Blanchett. Efectivamente, la actriz australiana no solo es el mayor atractivo para ver la película sino que se luce en un papel de una antiheroína ambiciosa, exitosa y sin escrúpulos, si bien deja ver también su debilidad. La película sin ella simplemente no sería. Complementa el proyecto de Field otra mujer, la compositora islandesa Hildur Guðnadóttir, también mencionada en la trama y quien compuso la banda sonora original, toda ella presentada en composiciones musicales dentro de la historia y disponible en un album conceptual que simula una sesión de trabajo de una orquesta.
La vida de la ficticia Lydia Tàr se siente ferozmente actual. Situada en la época postpandemia, al vaivén de la cancelación en las redes sociales y las denuncias a lo #MeToo. Contada con lujo de detalles, la película nos va metiendo en la vida de la protagonista: su ritmo de trabajo, su entorno estéticamente cuidado (el diseño de producción hará la delicia de arquitectos y decoradores de interiores), su pasión artística y el mundo de la élite musical. Pero también su arrogancia, su peligrosa seguridad, sus maldades pasadas y presentes, para ella justificadas por su prestigio y su estatus. Poco a poco se anuncia la oscuridad, con pequeños detalles propios del cine de terror: un metrónomo que suena de noche y nadie activó, unos gritos anónimos pidiendo ayuda en el bosque, un enorme perro negro, o la desgracia en forma de una vecina con retraso mental cuidando a su madre enferma en estado deplorable.
Con dos horas y media de duración, la película se toma su tiempo sin llegar a ser aburrida. Más bien el tercer acto tiene varios saltos que se antojan apresurados tras el relato minucioso del que veníamos (anunciado ya desde los largos créditos iniciales en los que figura todo el equipo de producción). Las escenas finales pueden desconcertar un poco, pues parecen pertenecer a otra historia, si bien subrayan muy bien lo que quiere hacer esta trama con el destino de una protagonista así, que pensaba que lo tenía todo.
(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Y GUION Todd Field
FOTOGRAFÍA Florian Hoffmeister
MÚSICA Hildur Guðnadóttir
REPARTO Cate Blanchett, Noémie Merlant, Nina Hoss, Sophie Kauer, Mark Strong
Charlie (Brendan Fraser) es un hombre que padece obesidad mórbida. Con poca movilidad, desde su pequeño apartamento enseña escritura a sus alumnos universitarios en línea y sin encender su cámara. Poco a poco, mientras se niega a recibir tratamiento médico y sigue comiendo compulsivamente, se va conociendo su doloroso pasado y las pocas personas que intervienen en su vida: su amiga enfermera Liz (Hong Chau), un joven misionero que llega a tocar a su puerta (Ty Simpkins) y la hija adolescente a la que dejó de ver hace años y con quien busca reconectar (Sadie Sink).
El siempre sugerente director Darren Aronofsky dirige esta película, sencilla pero emocionalmente poderosa. Escrita por el dramaturgo Samuel D. Hunter a partir de su propia obra de teatro, mantiene formalmente algunas características teatrales: un solo espacio, pocos personajes. Todo sucede en cinco días. Estéticamente esta primera cinta digital de Aronofsky, con la dirección de fotografía de su habitual colaborador Matthew Libatique, apuesta por una paleta de colores bastante uniforme, de grises y azules, y una relación de aspecto casi cuadrada. La música de Rob Simonsen busca los tonos emocionales y épicos a los que el título hace referencia, con la explícita mención en la película a la novela Moby Dick y la obvia metáfora entre ese animal grande y triste y el protagonista de la historia.
Desde luego, una cinta de estas características se sostiene en gran parte en las interpretaciones. Y lo más sonado ha sido la actuación de Brendan Fraser, quien en su momento estuvo en la cumbre de Hollywood como galán divertido (a muchos nos marcó La Momia como de lo mejor del cine de aventuras) pero que desapareció de los reflectores en los últimos años debido a una fuerte depresión. Su historia personal sumada a esta interpretación, lejos de todo atractivo físico y con un traje de látex, con momentos de dolor y de autodestrucción, le han valido ya muchos premios y huele a Oscar seguro. Y el resto del reparto está ciertamente a la altura.
Es muy llamativo el interés de Aronofsky, quien se dice ateo, con los temas religiosos. Es algo central en La fuente de la vida, desde luego en su particular visión de Noé, y en la desconcertante e incomprendida mother!. En The Whale, el tema central es la salvación. Se repite continuamente y de muchas maneras: Charlie necesita ser salvado. El joven misionero quiere hacerlo desde su fe, la enfermera desde su ayuda y amistad, y él quiere encontrarlo en su hija, en la que está dispuesto a ver la bondad y la trascendencia de su vida incluso contra toda evidencia. En este sentido, es una película optimista.
(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Darren Aronofsky
GUION Samuel D. Hunter
FOTOGRAFÍA Matthew Libatique
MÚSICA Rob Simonsen
REPARTO Brendan Fraser, Hong Chau, Sadie Sink, Ty Simpkins, Samantha Morton
Sencilla y brutal, la última película de Martin McDonagh cuenta la historia de dos amigos en un pequeñísimo pueblo costero irlandés a inicios del siglo XX. Un buen día uno de ellos decide que ya no quiere ser amigo del otro, sin motivo aparente. Con esta premisa tan sencilla, casi tonta, McDonagh monta un interesante retrato de personalidades humanas, de nuestra sociabilidad, y de lo que es importante en la vida.
Tras escribir y dirigir la excelente Tres anuncios en las afueras —una obra de mucho más envergadura y más ambiciosa que ésta que nos ocupa—, el cineasta inglés vuelve a dirigir a Colin Farrell, esta vez de nuevo junto a Brendan Gleeson, dos estrellas irlandesas que protagonizaron la ópera prima del director, En Brujas. Si bien vuelve con estos actores, el ambiente de su historia es más parecido al de su última película: pueblo chico, infierno grande. Eso sí, esta vez privilegiando los preciosos paisajes de la fría costa irlandesa.
Una película así, casi intimista, recae casi enteramente en las interpretaciones. Y no fallan: Colin Farrell demuestra tener un registro amplísimo —y más tomando en cuenta su reciente actuación como villano del último Batman— esta vez interpretando a un personaje simple, casi bobo, un necio de buen corazón, como un niño. Brendan Gleeson es la contraparte, su antes amigo, artista, un hombre tan sereno como bruto. Destacan también Kerry Condon como la sensata hermana del protagonista y el ascendente Barry Keoghan como el tonto del pueblo (más tonto que el protagonista, y hay que empeñarse).
A partir de una premisa casi absurda, la película va pintando a sus personajes sin prisas, y con esa mezcla tragicómica de humor y violencia, sello de las películas de este director, va soltando preguntas no menores. ¿Es más valioso hacer algo grande para la humanidad o pasar el tiempo con quienes queremos? ¿En qué consiste la amistad realmente, ese tipo de amor que los grandes filósofos y literatos han elogiado? No por nada, Aristóteles dijo que la amistad es «lo más necesario para la vida» y que «sin amigos nadie querría vivir».
(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Y GUION Martin McDonagh
FOTOGRAFÍA Ben Davies
MÚSICA Carter Burwell
REPARTO Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan, Pat Shortt, Sheila Flitton, Gary Lydon
Adaptación de la novela estadounidense White Noise de Don DeLillo, publicada en 1985 como una crítica a la sociedad posmoderna. Cuenta la historia de una familia de los suburbios que se enfrenta a un desastre tóxico con tintes apocalípticos en medio de sus propios conflictos. La trama parece mandada a hacer para el guionista y director Noah Baumbach, cuyo cine ha girado en torno a relaciones familiares en la América contemporánea tratadas de modo tragicómico: The Squid and the Whale, While We’re Young, The Meyerowitz Stories y con gran éxito hace un par de años, Historia de un matrimonio. Rasgos que también comparten, de alguna manera, sus guiones que ha dirigido Wes Anderson: Fantastic Mr Fox o The Life Aquatic. Netflix vuelve a darle el voto de confianza y así escribe y dirige esta cinta.
Si bien el que esto escribe es un gran entusiasta del cine de Baumbach así como de las interpretaciones de Adam Driver, protagonista de esta cinta, hay que advertir que no estamos ante una película de género convencional. Ceñida a la popular novela que adapta, no es del todo comedia, ni del todo drama, ni del todo thriller, ni del todo cine de desastres naturales. Aunque tiene elementos de todos esos géneros. Con un primer acto sugerente, un segundo acto desconcertante y un tercer acto que raya en lo deleznable, más que una historia redonda con un viaje emocional, es un collage estético y temático, con momentos muy bien logrados, pero que en conjunto deja un poco que desear.
La interpretación de Adam Driver, panzón y padre inseguro, es una auténtica gozada (y valga aquí romper una lanza a favor de uno de los mejores actores de nuestra época, con un registro impresionante que lo habilita para todos los géneros, tanto como infravalorado, al menos por los Oscars). Su esposa en la cinta es Greta Gerwig, esposa en la vida real del director Noah Baumbach y talentosa cineasta a su vez, famosa por sus recientes Lady Bird, Mujercitas y próximamente Barbie. Los niños también están excelentes, y como en el cine de Wes Anderson, son maduros mientras que los adultos se comportan como niños. Los personajes secundarios, aunque solo tengan una o dos escenas, son geniales. La factura estética, ochentera y colorida, es una delicia, y la música del veterano Danny Elfman cumple de maravilla.
Como la novela original, se trata de una sátira que critica el consumismo autodestructivo del ser humano (no por nada el imperdible baile de los créditos finales es en el supermercado), así como lo absurdo que puede llegar a ser el mundo académico (el protagonista es un experto en «Hitler Studies», aunque todos ignoran que no sabe una palabra de alemán), asuntos que de los ochentas para acá no han hecho más que volverse más actuales. Sin embargo, su tema principal es el miedo a la muerte, y esto hace que la película pueda ser traída a una discusión mucho más profunda. El alarmismo de los personajes ante el desastre tóxico no puede no recordarnos la reciente pandemia, al verlos con sus cubrebocas, sus falsos síntomas, sus teorías de la conspiración. Incluso unas monjas sin fe recuerdan la importancia de que alguien mantenga la fe en este mundo para que siga en pie. Podría tener hasta un mensaje en pro de la unión familiar, si bien los hijos son de los distintos matrimonios que los protagonistas han tenido en el pasado. En fin, una cinta para disfrutarse y luego analizarse con calma, si bien el primer visionado se pueda sentir un poco desacompasado.
(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Noah Baumbach
GUION Noah Baumbach basado en el libro de Don DeLillo
FOTOGRAFÍA Lol Crawley
MÚSICA Danny Elfman
REPARTO Adam Driver, Greta Gerwig, Don Cheadle, Raffey Cassidy, Sam Nivola, May Nivola, Lars Eidinger
Un viaje en un yate de lujo. Una pareja de modelos influencers, Carl y Yaya, viajan con oligarcas rusos, fabricantes de armas ingleses o solitarios millonarios de las grandes tecnológicas. Eso sí, todos muy amables, incluido el capitán borrachín y de ideas marxistas (estupendo Woody Harrelson). Por supuesto, la tripulación está a su entera disposición, pues así funciona el mundo: con dinero de por medio. Hasta que una tormenta y un ataque pirata vienen a poner su mundo de cabeza.
El cineasta sueco Ruben Östlund escribe y dirige esta película, con la que gana su segunda Palma de Oro en Cannes (la primera vez fue por The Square en 2017). Su primera cinta hablada en inglés es una comedia negra y bastante ácida. Una parábola sobre la riqueza y el orden social, sobre la superficialidad, sobre quién manda en el mundo y por qué. Tiene momentos tanto divertidos como desagradables: no se recomienda para quien no tenga un estómago fuerte. El título, más ligado al tema de fondo que a la trama de la película, hace referencia al espacio entre las cejas y es en sí un poema bastante adecuado. Sin Filtro, la titularon los franceses, y también dice mucho.
Östlund da un salto internacional, con un reparto también internacional, como sus personajes. La producción es de Suecia, pero incluye a Woody Harrelson como estrella invitada en un reparto de Rusia, Filipinas, Inglaterra, Dinamarca, etc. La película gira en torno a los jóvenes y bellos protagonistas, Harris Dickinson (quien se preparó a fondo para el viaje emocional de su personaje) y la sudafricana Charlbi Dean que murió al poco tiempo del estreno de la cinta con solo 32 años: triste anécdota que corona una comedia muy oscura pero que contiene una crítica muy acertada al mundo actual.
(2022) Suecia
DIRECCIÓN Y GUION Ruben Östlund
FOTOGRAFÍA Fredrik Wenzel
REPARTO Harris Dickinson, Charlbi Dean, Dolly de Leon, Woody Harrelson, Vicki Berlin, Zlatko Buric, Henrik Dorsin
Steven Spielberg se apunta a la corriente de hacer una película sobre la propia infancia. Lo han hecho últimamente Alfonso Cuarón con Roma, Kenneth Branagh con Belfast, Paul Thomas Anderson con Licorice Pizza, Paolo Sorrentino con Fue la mano de Dios… En The Fabelmans el famoso director cuenta el origen de su amor por el cine, el divorcio de sus padres, sus problemas como un niño judío en el Estados Unidos de los 60’s y sus aventuras de adolescente. Especialmente valiosa encuentro la reflexión en la estupenda escena del joven Sammy Fabelman (alter ego de Spielberg) y su tío Boris (un excelente Judd Hirsch), artista de circo quien le explica lo obsesionante que se convertirá para él su arte, es decir, el cine, por encima de todo, por encima de su familia.
Dentro de lo esperado en una película autobiográfica de este estilo, un coming-of-age episódico, destaca naturalmente la calidad de una cinta dirigida por Spielberg, uno de los cineastas vivos más experimentado, y sus colaboradores de primer nivel, como el director de fotografía Janusz Kaminski o el compositor John Williams, una leyenda viva que a sus 90 años se marca una preciosa banda sonora con un piano central. Los actores son también excelentes, destacando Michelle Williams que interpreta a la madre del protagonista, una mujer amorosa, distraída y apasionada. Paul Dano, con su cara de niño, es su marido, un hombre un poco ingenuo, de mente prodigiosa y gran corazón. Spielberg, de la mano de su guionista de cabecera Tony Kushner, no oculta el amor a sus padres, si bien los hace personajes con virtudes y defectos. Los jóvenes y niños que interpretan al protagonista y sus hermanas también son dirigidos con pericia. Sorprende la inclusión del comediante Seth Rogen en un papel con el que sale airoso y un cameo nada menos que del director David Lynch interpretando a John Ford, una leyenda para una leyenda.
Fabel-man, el apellido que Spielberg eligió para ficcionalizarse a sí mismo, puede entenderse como el hombre de las fábulas, de las historias. El director, hoy de 76 años, ya puede darse el lujo de hacer las películas que le muevan personalmente, como es este relato de su propia infancia. Es valioso verla a la luz de su carrera, recordando La lista de Schindler o Munich cuando el personaje es insultado por ser judío, o E.T. cuando los niños andan en bicicletas o se encierran en el armario de madera. En fin, no es una de las películas más grandes de Spielberg pero sin duda la más íntima para él y lo que cualquier película buena ofrece: un retrato de la naturaleza humana.
(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Steven Spielberg
GUION Steven Spielberg y Tony Kushner
FOTOGRAFÍA Janusz Kaminski
MÚSICA John Williams
REPARTO Paul Dano, Michelle Williams, Gabriel LaBelle, Seth Rogen, Julia Butters, Keeley Karsten, Judd Hirsch, David Lynch
El clásico cuento infantil italiano Pinocchio, popularizado por la película animada de Disney en 1940, era un proyecto que Guillermo del Toro planeaba hacer propio desde hace 15 años. Efectivamente, la historia del muñeco de madera que quiere ser un niño de verdad contiene en su núcleo la historia que el director mexicano ha contado una y otra vez, y con la que dice identificarse: un personaje extraño pero bondadoso, rechazado por la sociedad pero que encuentra a alguien que lo quiera sin miedo. Es la esencia de sus películas más célebres: El espinazo del diablo, El laberinto del fauno, La forma del agua y ahora Pinocho, que Netflix ha hecho posible, sin duda con la mira en el Óscar a Mejor cinta animada.
Siendo una película que puede ver un público infantil (a diferencia de las otras películas de «fantasía» de este director), la historia es mucho más compleja que el cuento clásico y un tanto más oscura. Sobre todo por el duelo del personaje de Gepetto, quien perdió a un hijo y no logra superarlo. Al ubicarla en la Italia de Mussolini —el cuento original situaba la trama en el siglo XIX— Del Toro lleva a cabo otro recurso muy suyo: mezclar ficción con un conflicto bélico histórico, a ser posible mostrado de forma maniquea. Así, en vez de que Pinocho sea llevado a la «Isla de los juegos», en esta versión es enlistado en las juventudes fascistas al considerar que será el soldado ideal porque no puede morir. Al respecto, la cinta muestra su lado más complejo e interesante en torno a la inmortalidad de Pinocho, que viaja al inframundo y dialoga con la Muerte: una esfinge/quimera, hermana del Espíritu del bosque que le dio la vida a Pinocho —con apariencia de ángel bíblico— ambas con voz de Tilda Swinton y con rostro parecido a los monstruos más famosos de Del Toro: el fauno y el hombre anfibio.
Estéticamente la cinta es un prodigio. Alejándose del archiconocido Pinocho de Disney —que además estrenó su versión live action tres meses antes de esta cinta, en Disney+, sin pena ni gloria— esta versión se basa en las ilustraciones que hizo el artista Gris Grimly para una edición de Pinocho más oscura y bastante bizarra. Esta película, la más larga hecha jamás con la técnica de animación en stop-motion (cuadro por cuadro), tiene detrás un trabajo difícil de calibrar. Co-dirigida por Mark Gustafson (director de animación de Fantastic Mr. Fox, cinta en stop-motion de Wes Anderson) y fotografiada por el experto en esta técnica Frank Passingham (Pollitos en fuga, Flushed Away), fue una labor titánica de mover a los personajes cuadro por cuadro, lo que logra un efecto formidable.
Un reparto de estrellas aportó su voz a la versión original. Desde Christoph Waltz como el villano principal (el Conde Volpe, una mezcla de los personajes del Zorro y Stromboli el titiritero) hasta Cate Blanchett interpretando a su secuaz, un simio que no tienen ningún diálogo. Destaca Ewan McGregor que lleva la voz cantante al interpretar al grillo que es también el narrador. Por cierto que la cinta incluye unas cuantas canciones, lo que le da su toque más infantil aunque sin llegar a ser un musical. Eso sí, son preciosas, al igual que el resto de la banda sonora del infalible Alexandre Desplat.
Es destacable la marca autoral de Del Toro, que impregna todo su trabajo con su visión de la vida, que en general es bastante negativa y sumamente crítica con la visión judeocristiana. Aquí incluso el grillo narrador posee un retrato de Schopenhauer, el principal representante del pesimismo filosófico. Es la sociedad católica y cerrada de este pueblo que rechazará a Pinocho, aunque no tengan reparo en abrazar el fascismo. Sin embargo, uno de los principales elementos simbólicos de la película es un enorme crucifijo que Gepetto lleva años tallando para la iglesia del pueblo y con el que Pinocho llega a compararse: «Él también está hecho de madera y todos lo aman mientras a mí todos me odian». Sin sutilezas, el mensaje de esta versión de Pinocho no es que haya que ser bueno para ser un niño de verdad, sino que uno es bueno precisamente porque es extraño y como tal debe aceptarse y ser aceptado por los demás.
(2022) EE.UU.
DIRECCIÓN Guillermo del Toro y Mark Gustafson
GUION Guillermo del Toro, Patrick McHale y Matthew Robbins basada en el libro de Carlo Collodi
FOTOGRAFÍA Frank Passingham
MÚSICA Alexandre Desplat
REPARTO (voces) Ewan McGregor, David Bradley, Gregory Mann, Christoph Waltz, Tilda Swinton, Ron Perlman, Burn Gorman, Finn Wolfhard, Tim Blake Nelson, John Turturro, Cate Blanchett
Don Reinaldo es dueño de un rancho en una zona árida del norte de México. Es su propiedad, heredada de su padre, donde disfruta ir de cacería con sus hijos y sus nietos, a pesar de que las generaciones han cambiado mucho y sus hijos ven el mundo de un modo distinto a él. Pronto la inseguridad y la violencia que se vive en esa zona del país tocan también a su puerta. El cambio de paradigma viene del principal personaje femenino: Rosa, quien ha trabajado en el rancho desde niña.
Si en Las niñas bien (2018) la directora Alejandra Márquez Abella había reflejado de un modo realista a la clase alta mexicana en los años noventas, en El norte sobre el vacío se alía con el guionista Gabriel Nuncio para retratar a la clase alta del norte del país. Es una narrativa un tanto episódica, donde resaltan los detalles y los momentos que se sienten muy reales —con muy buenas actuaciones que están en ese tono— y donde el conflicto se va intuyendo gracias a la tensión que se construye con la música de Tomás Barreiro, momentos clave que en edición se subrayan repitiéndose, y algunos elementos simbólicos en la trama: los animales, las armas, los paisajes. Sin embargo, el desenlace, aunque rotundo, no entrega del todo la satisfacción emocional que iba construyendo.
Más cercano al western que al subgénero de cine (o series) de narcos, no opta por la violencia ni por el exceso, sino por la tensión en aumento, lo sugerido por encima de lo obvio. Su temática es, finalmente, la familia así como la tierra a la que nos sentimos atados y los mitos fundacionales de nuestra identidad: el protagonista se aferra a su propiedad pero también a su modo de entender el mundo que cambia a su alrededor, tanto en lo interno —su familia, sus empleados, que no viven como él lo esperaba— como externamente: los sicarios que le piden dinero bajo amenaza. De lo mejor es el título, tomado del bíblico libro de Job, de construcción un tanto existencialista pero en definitiva trascendente: Él extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre nada. Ata las aguas en sus nubes, y las nubes no se rompen debajo de ellas (Job 26: 7-14).
(2022) México
DIRECCIÓN Alejandra Márquez Abella
GUION Gabriel Nuncio y Alejandra Márquez Abella
FOTOGRAFÍA Claudia Becerril Bulos
MÚSICA Tomás Barreiro
REPARTO Gerardo Trejoluna, Paloma Petra, Raúl Briones, Dolores Heredia, Mayra Hermosillo, Francisco Barreiro, Juan Daniel García Treviño
La relevancia del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu en el panorama cinematográfico internacional actual es indiscutible. Su ópera prima Amores perros es un parteaguas del cine mexicano y una obra aclamada internacionalmente. Siendo el primer mexicano en ser nominado al Oscar a Mejor director, ganaría tres de ellos por Birdman (la película más premiada en 2015) y uno más por dirigir El renacido. Con este su séptimo largometraje, cuyo título ampuloso recuerda directamente al de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), vuelve a su país natal pues no había vuelto a hacer una película mexicana desde Amores perros. Con el auspicio de Netflix presenta una obra descaradamente autobiográfica, con algunas proezas poéticas que no terminan de salvar el largo y a ratos aburrido conjunto de ideas y traumas del personaje/director.
El delgado hilo narrativo es la vuelta del periodista y cineasta documentalista Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) a su natal México antes de recibir un importante premio al periodismo en Estados Unidos. El guion introduce un exceso de ideas y adolece de una trama que las incluya a todas. Se habla del vacío que puede sentir alguien admirado y odiado por sus éxitos (un conflicto bastante abstracto y no muy universal), pero también de la actual superficialidad de los medios (a la Don’t Look Up); de la relación histórica entre México y Estados Unidos; de la identidad mexicana y de los mexicanos viviendo al norte de la frontera; de los desaparecidos por la violencia en México; de la militarización de este país, etcétera. Por supuesto están los temas constantes del director, especialmente la paternidad y el hijo perdido.
La dirección de fotografía del veterano iraní Darius Khondji recuerda en mucho al estilo del Chivo Lubezki (quien había hecho la fotografía de las dos últimas películas de Iñárritu) y crea bellas estampas, si bien se siente un poco excesivo el lente gran angular, casi ojo de pez, que deforma los contornos de varias escenas hasta el punto de distraer al espectador. Hay una clara influencia de Roma de Alfonso Cuarón —y no solo por el excelente diseño de producción de Eugenio Caballero en ambas— por ejemplo en los travellings en los que el personaje camina por las calles del centro histórico de la Ciudad de México, o en la defensa del rol de la empleada doméstica: otra de las ideas insertadas de modo inconexo en este tapiz de muchos hilos que es esta cinta, llena también de personajes incidentales. Si en Amores perros Iñárritu hizo la película más chilanga sin mostrar un solo enclave famoso de la capital mexicana, aquí muestra de modo simbólico el Castillo de Chapultepec, el Centro Histórico o los Estudios Churubusco, lugares donde aprovechó para filmar durante la pandemia y que lucen mucho en la cinta.
Con esta película, Iñárritu se acerca más al cine europeo que al más convencional americano. No solo por los momentos metafóricos al estilo de Fellini, ni por los varios desnudos innecesarios, sino porque en vez de la línea aristotélica de construir una historia que lleve al espectador por un viaje emocional a través de una trama, opta por la línea brechtiana de hacer consciente al espectador de que está delante de una obra construida. De ahí la autoconsciencia de la propia película, que interrumpe un diálogo del protagonista con Hernán Cortés para mostrar al equipo grabando «una película de un pinche director bien mamón», o la conversación en que le echan en cara al protagonista que haya hecho un documental «sobre ti mismo» y con una serie de características que en realidad son una autocrítica de la propia película y por tanto sobre el propio director.
El director define esta cinta como una «comedia nostálgica». Efectivamente, si se parece a alguna de sus cintas anteriores es sobre todo a Birdman, aunque no llega a ser muy cómica por más que insista en ello la música socarrona que acompaña a algunas escenas. Su punto de partida es su personal intimidad, como hacen los buenos artistas, pero no alcanza a hacerla universal y ahí falla. Desde luego es más significativa para un público mexicano —lo cual es valiente por parte de un director transnacional como es Iñárritu— pero la gran pregunta es para qué quiso hacer una película así y por qué nosotros querríamos verla. Finalmente, sus mejores momentos están ya en el fabuloso y astuto trailer de la película. A pesar del guion circular que revela un descubrimiento al final, la historia carece de interés y no hay una conexión emocional con los personajes. Pero, eso sí, no hay engaño, la película va de frente y no promete una historia ni un viaje emocional, es solo una falsa crónica de unas cuantas verdades.
(2022) México
DIRECCIÓN Alejandro G. Iñárritu
GUION Alejandro G. Iñárritu y Nicolás Giacobone
FOTOGRAFÍA Darius Khondji
MÚSICA Bryce Dessner y Alejandro G. Iñárritu
REPARTO Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid, Iker Sánchez Solano