(2014) EE.UU.
DIRECCIÓN Damien Chazelle
GUION Damien Chazelle
MÚSICA Justin Hurwitz
FOTOGRAFÍA Sharone Meir
REPARTO Miles Teller, J.K. Simmons, Paul Reiser, Melissa Benoist, Nate Lang, Chris Mulkey
El mejor baterista
Una de las sorpresas cinematográficas del año ha sido Whiplash, del joven director Damien Chazelle –el guion también es suyo– quien en su día estudiara para ser baterista de jazz. La historia se basa, en parte, en su experiencia; hace un año hizo el cortometraje Whiplash, que ahora adapta a un excelente largometraje.
Andrew Neyman (Milles Teller) es un joven estudiante de batería en el prestigioso conservatorio Shaffer de Nueva York. Ahí empieza a ser dirigido por Terence Fletcher (J.K. Simmons), un maestro exigente más allá del sentido común a quien no le importa llegar a la violencia y la crueldad con tal de sacar lo mejor de sus músicos. La obsesión de ambos –Neyman realmente quiere ser el mejor baterista de jazz del mundo– irá creciendo en una intensa espiral.
Siendo una historia más bien simple, distintos elementos hacen que el resultado sea atrapante. En primer lugar, las actuaciones de los protagonistas: el joven Miles Teller (que sí toca la batería; no al grado al que se nos presenta en la historia, pero es él quien toca) y un agresivísimo J.K. Simmons (por esta interpretación ganador del Globo de Oro y ahora nominado al Oscar). Aunque hay que decir –y es un asunto que viene planteado desde el guion y la dirección– que ambas interpretaciones resultan excesivas. Me explico: un grito o un episodio de llanto, puntuales, resultan poderosos; cuando toda la película son gritos y emociones hiperbólicas, pierden su intensidad (y quizá por eso Chazelle no alcanzó la nominación de dirección). Muy distintas, por ejemplo, y más efectivas son las actitudes contenidas de Foxcatcher, otra historia de obsesión discípulo-maestro.
Lo cierto es que todo eso queda envuelto y superado por las dos grandes virtudes de Whiplash: la excelente banda sonora (toda la película es una celebración del virtuosismo del jazz en su nivel más alto), y una edición tan hábil que sabe hacerse patente cuando es necesario, jugando con los fabulosos ritmos del jazz, y casi invisible cuando tiene que serlo, hasta el punto de hacernos creer que Miles Teller puede tocar un increíble solo de batería (que vemos en continuidad de cinco minutos en pantalla cuando en realidad tardó dos días en rodarse).
Y una última lanza a favor de esta historia, pues en los tiempos que corren –en los que gran parte de la sociedad occidental se ve imbuida por el conformismo, el mínimo esfuerzo y la cultura del confort (especialmente la gente joven)– nos presentan a dos personajes que –defectos aparte, que los tienen y patentes– están dispuestos, uno a sacrificar todo por alcanzar un ideal bien alto, y el otro a exigir sin piedad alguna para encontrar a alguien realmente extraordinario. Como dice este insólito maestro, no hay dos palabras que hagan más daño que “buen trabajo”.
Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor
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