(2017) EE.UU.
DIRECCIÓN Denis Villeneuve
GUION Hampton Fancher & Michael Green
FOTOGRAFÍA Roger Deakins
MÚSICA Hans Zimmer & Benjamin Wallfisch
REPARTO Ryan Gosling, Harrison Ford, Robin Wright, Jared Leto, Ana de Armas, Sylvia Hoeks, Mackenzie Davis, Dave Bautista, Edward James Olmos
Alma de ciencia ficción
35 años se hizo esperar la secuela del clásico de ciencia ficción Blade Runner. Digno sucesor del veterano director Ridley Scott —quien funge ahora como productor ejecutivo— el quebequés Denis Villeneuve (Arrival, Sicario, Prisoners) trabaja con un guion del mismo guionista Hampton Fancher, supervisado por Scott, que sigue fielmente el espíritu de la primera película. Así volvemos a ese futuro oscuro de la novela de Philip K. Dick, donde los blade runners se encargan de «retirar» replicantes —máquinas de apariencia y personalidad humana— que se han rebelado contra su función buscando lo que los haría realmente humanos: la libertad.
K (Ryan Gosling) es un replicante —no humano— encargado a su vez de eliminar a otros como él, lo que lo convierte en un blade runner. Y va tras la pista de un auténtico milagro: el hijo que naciera de otra replicante, fruto de una relación con Rick Deckard (Harrison Ford), de quien el final de la versión del director de la película de 1982 nos hizo dudar si es a su vez un replicante. Tenemos así una trama detectivesca, al igual que en la primera película, que vertebra la historia y plantea temas tan profundos como qué nos hace humanos, qué es el alma o la esperanza intrínseca de la natalidad, con todo y un efectivo plot twist a pesar de que el tercer acto caiga en ciertos lugares comunes.
Si Blade Runner era oscura al suceder siempre de noche, su secuela —más alejada del género noir— más bien sucede en grises atardeceres y amaneceres. La lluvia, icónica de la primera película, está también por todas partes, y contrasta con el naranja desértico de la secuencia en un faraónico y abandonado Las Vegas. Si esta película no le da el Oscar a mejor fotografía a Roger Deakins —que solamente lleva 13 nominaciones en esa categoría— no sabemos ya qué lo hará.
Mención aparte merece el estupendo diseño de producción, que logra un futuro decadente completamente verosímil, también muy en la línea de la primera película, desde los cuchitriles en que se mueve K hasta la refinada sede de los laboratorios donde Niander Wallace (escalofriante Jared Leto) crea sus replicantes rodeado de fina caoba y espejos de agua. La inolvidable música que Vangelis hiciera mítica hace 35 años fue repensada por Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch después de que el sueco Jóhann Jóhannsson, habitual colaborador de Villeneuve, abandonara el proyecto; e impresiona lo bello que puede sonar un sintetizador, algo que quizá solo tenga cabida en una obra de ciencia ficción pura.
El papel de K fue escrito con Gosling en mente, y ciertamente resulta muy adecuado para él: un protagonista interesante, pues si en la primera película los replicantes suscitan cierta empatía —es ya mítica la línea final de Roy Batty (Rutger Hauer) sobre las lágrimas en la lluvia— en esta secuela son ya los protagonistas, y K, Pinocho posmoderno que desea ser un humano real, es tan serio como conmovedor. Menos convincente resulta Harrison Ford que, nostalgia aparte, podría estar interpretando igualmente a Han Solo o a Indiana Jones en versión enfadada. Los fans también estarán felices de ver de nuevo a Edward James Olmos, entre otras referencias, y los personajes femeninos están muy bien construidos con la interpretación de la cubana Ana de Armas o la mulier fortis que sabe encarnar Robin Wright.
Valiosa secuela, oda a la ciencia ficción, cinematográficamente bella a todos los niveles, la película tiene mucha poesía visual, e incluso también verbal: auténtico poema es el código que comprueba el estado basal de K, incluido el sugerente intertexto de Pálido fuego de Vladimir Nabokov (libro de cabecera del personaje, según se nos muestra también):
A system of cells interlinked within
Cells interlinked within cells interlinked
Within one stem. And dreadfully distinct
Against the dark, a tall white fountain played.
Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor
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