Kingsman. El círculo dorado

(2017) EE.UU.
DIRECCIÓN Matthew Vaughn
GUION Jane Goldman y Matthew Vaughn, basado en el cómic de Mark Millar y Dave Gibbons
FOTOGRAFÍA George Richmond
MÚSICA Henry Jackman y Matthew Margeson
REPARTO Taron Egerton, Colin Firth, Julianne Moore, Pedro Pascal, Mark Strong, Jeff Bridges, Channing Tatum, Halle Berry, Elton John, Emily Watson

Los modales hacen al hombre

Secuela de la comedia de acción sobre espías británicos Kingsman. El servicio secreto (2014), homenaje a la saga de James Bond basada a su vez en un cómic inglés. De nuevo es Matthew Vaughn (Kick Ass, 2010) quien se pone tras la cámara para entregar, como hace cuatro años, grandes dosis de acción, risas de humor absurdo y, en definitiva, un rato agradable con un blockbuster bien hecho sin mayores pretensiones.

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En esta ocasión, la agencia británica Kingsman tendrá que unirse con su homóloga estadounidense Statesman, sátira a su vez de los personajes del western. Como en la primer película, gran parte del éxito radica en un reparto excepcional: al joven protagonista Taron Egerton (prácticamente desconocido cuando protagonizó la primera Kingsman) se unen de nuevo Colin Firth y Mark Strong, y se suman los americanos Jeff Bridges, Channing Tatum, Halle Berry y el chileno Pedro Pascal. Si Samuel L. Jackson fue un excelente villano en la primera entrega, interpretando al experto en telecomunicaciones que viste como adolescente y tenía aversión a la sangre (sin duda lo mejor de aquella película), esta vez la antagonista es Poppy: una adorable Julianne Moore, tan cursi como sanguinaria, poderosa narcotraficante que busca la legalización de las drogas para poder ser una empresaria reconocida. La lista se extiende hasta el más-que-cameo nada menos que del cantante Elton John —con patada voladora incluida— que confirma lo delirante de una cinta que apunta solo a divertir y a toda costa.

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No pasa, en fin, desapercibida la reflexión sobre la legalización de la droga y la actitud de las distintas capas de la sociedad ante este problema, así como la ridiculización del presidente de Estados Unidos, un hombre impulsivo que ve su oportunidad de «ganar la guerra contra las drogas» cuando Poppy envenena a todos sus consumidores: «si no hay drogadictos, no hay drogas», algo fácil de imaginar en los labios del actual mandatario estadounidense. Me quedo con la acción —especialmente la pelea final en plano secuencia, aunque no esté a la altura del de la primera película: la batalla dentro de la iglesia protestante— y con la emotiva escena del muy británico Mark Strong cantando la muy estadounidense West Virginia de John Denver en el clímax.

Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

 

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