(2014) EE.UU.
DIRECCIÓN David Ayer
GUION David Ayer
MÚSICA Steven Price
FOTOGRAFÍA Roman Vasyanov
REPARTO Brad Pitt, Shia LaBeouf, Logan Lerman, Michael Peña, Jon Bernthal, Jason Isaacs
Compañeros de tanque
Son ya unas cuantas generaciones en occidente que no han vivido una guerra en primera persona, pero el cine sigue haciéndola presente continuamente. Y no hay duda de que la guerra más recreada en pantalla es la Segunda Guerra Mundial, de la que todos hemos “vivido” una parte, principalmente de la mano de Steven Spielberg y Tom Hanks (desde Salvando al Soldado Ryan hasta la miniserie de HBO Band of Brothers).
Es por eso que resulta todo un reto querer contar algo distinto a partir de ahí, pues ya hemos visto todo: el desembarco en Normandía, la caída de Berlín, el bombardeo de Pearl Harbor, la guerra en el Pacífico y las islas japonesas, múltiples campos de concentración y todo tipo de penalidades de los judíos europeos. Sin embargo, con una mirada actual, David Ayer (guionista y director, con cintas más bien de violencia urbana en su haber y, por cierto, ahora elegido para llevar a la pantalla a los villanos del cómic del “Escuadrón Suicida”) asume el reto partiendo de la idea de que la guerra saca lo peor y lo mejor del ser humano.
Don “Wardaddy” Collier (Brad Pitt) está al frente de lo que queda de un comando estadounidense que recorre los campos de una Alemania derrotada pero no dispuesta a rendirse. Lo hacen a bordo de un tanque en cuyo cañón pintaron con letras blancas la palabra “FURY” (título original –y más adecuado– de la película). Al desencantado grupo de soldados –el fervoroso protestante Boyd “Bible” Swan (Shia LaBeouf), el mexicano Trini “Gordo” García (Michael Peña) y el violento Grady “Coon-Ass” Travis (Jon Bernthal)–, que acaban de perder a un compañero, se une el joven e inexperto Norman Ellison (Logan Lerman), a través de cuyos jóvenes ojos vemos los horrores de la guerra.
Sin salirse de la época en que la historia transcurre, Ayer consigue hacerla actual con elementos sonoros como la música y algunos efectos, y visuales como los cortes de pelo de los protagonistas (militares, pero que usaría cualquier futbolista hoy en la Champions League) o los disparos de los tanques con rayos de colores (al parecer históricamente atinados, pues se ayudaban con seguidores de colores para precisar la puntería, pero hasta ahora no vistos en la pantalla), lo que le da un toque no solo postmoderno sino casi futurista.
Y los temas, como en toda película buena –esta lo es–, son universales: la pérdida de la inocencia, la autoridad interior de la conciencia, y el liderazgo: el personaje de Brad Pitt resulta un cúmulo de virtudes de todo buen líder, sin caer en un moralismo ñoño. Menos frecuente en el cine bélico y muy presente aquí es la visión cristiana, justificada con el personaje de “Bible” y del mismo “Wardaddy”, hombres que dicen vivir no por suerte, sino por la gracia de Dios. Y parecen actuar en consecuencia. No estamos, pues, ante más de lo mismo, sino ante un viaje en territorio conocido (esta guerra, las guerras, la guerra), pero que se adentra en otro que nunca terminamos de conocer por más que lo recorramos: el alma humana.
Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor