(2010) EE.UU.
DIRECCIÓN Clint Eastwood
GUION Peter Morgan
MÚSICA Clint Eastwood
FOTOGRAFÍA Tom Stern
REPARTO Matt Damon, Cécile de France, Frankie McLaren, George McLaren, Bryce Dallas Howard
Un tropiezo al final del túnel
Solo si eres Clint Eastwood te puedes dar el lujo de presentar una película que hable nada más y nada menos que de la muerte, así, de sopetón. Un asunto del que hoy parece que no queremos escuchar mucho —más allá del “comamos y bebamos que mañana moriremos”— y en el que claramente no estamos de acuerdo sobre qué pasa después. Ahí empieza —y casi termina— el mérito de Eastwood con su Más allá de la vida (2010).

Para abordar el tema, Eastwood y el guionista Peter Morgan (The Queen, El desafío – Frost contra Nixon, nada menos…) apuestan por tres historias que se entrelazan: Marie Lelay, es una famosa periodista francesa —un paso bien dado en la ascendente carrera de la francesa Cécile De France— que tiene una experiencia cercana a la muerte en el tsunami que asoló el Sudeste asiático en el 2004: tremendo arranque del film, por cierto. Marcus es un niño que pierde a su hermano gemelo en un accidente y busca respuestas, y George —un Matt Damon correcto, como siempre, pero poco más, como casi siempre— es un obrero que tiene el don de hablar con los muertos. ¿Qué? Exactamente. Esta película, que hubiera podido tener la fuerza de los mejores dramas eastwoodianos, cuya virtud muchas veces está en su sutileza, se va al traste cuando lo posible se hace evidente, porque George habla con los muertos sin lugar a dudas, con unos efectos digitales que nos lo confirman constantemente.
Y es que en un tema tan opinado y misterioso, es difícil que el guionista y el director den su opinión claramente sin meter el dedo en el ojo del espectador. Y Eastwood en parte lo hace con los intentos de explicación científicos y filosóficos y la sonrisa burlona de ilustrado cuando ridiculiza por igual a los parapsicólogos —en una acertada secuencia— pero también a la religión: le basta con un par de videos en YouTube que ve el pequeño Marcus para decirnos que la religión no sabe de esto.
Con todo, el toque Eastwood está ahí: en la relación de los gemelos con su madre drogadicta o en el interesantísimo personaje que interpreta —y muy bien— Bryce Dallas Howard y que inexplicablemente desaparece de la trama. Y la película, que en su conjunto no es mala, deja mucho que desear viniendo de la mano de Morgan y Eastwood. Aunque hay que reconocer que eso de hacer la película que te dé la gana, y que aún así funcione medianamente, es un lujo que pocos se pueden dar.
Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor