(2019) EE.UU., Alemania
DIRECCIÓN Y GUION Terrence Malick
MÚSICA James Newton Howard
FOTOGRAFÍA Jörg Widmer
REPARTO August Diehl, Valerie Pachner, Maria Simon, Karin Neuhäuser, Tobias Moretti, Karl Marvocics, Bruno Ganz
Contemplación de la conciencia
«El creciente bien del mundo depende en parte de actos no históricos; que a ti y a mí las cosas no nos vayan tan mal como podrían haber ido,
Middlemarch, George Eliot
se debe en parte al número de los que vivieron fielmente una vida oculta,
y descansan en tumbas no visitadas».
Durante el Tercer Reich, en Austria las masas se unían en tropel al frenesí del triunfo ario del Führer. Algunos por mera conveniencia o por no ir a contracorriente. La mayoría, siguiendo al fervor popular. En este ambiente, Franz Jägerstätter, un campesino de una pequeña aldea montañesa, decide que va contra su conciencia jurar lealtad a Hitler, como se pedía a todo hombre llamado a filas. Apoyado por su esposa, mantuvo su decisión ante toda adversidad: desde las burlas y roces con los vecinos, hasta el rechazo social, la cárcel y la muerte. Jägerstätter fue beatificado en 2007. Esta imponente película cuenta su historia.

No estamos ante una biopic cualquiera. El cine de Terrence Malick es exigente. Cierto misterio rodea a la figura de este cineasta que no concede entrevistas y del que se sabe poco. De formación católica (padre libanés y madre irlandesa) estudió Filosofía en Harvard y Oxford, donde incoó una tesis sobre Heidegger. Sus películas son de una gran belleza y profundidad, rayando en el misticismo, lo que no lo hace atractivo a todos los públicos. Como en El árbol de la vida, a la cual recuerda mucho ésta su décima película, se centra en contar el conflicto interno más que los eventos externos, aunque aquí estos son históricos e importantes y quedan más que claros.
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La película abre con un intertexto fílmico: algunas escenas de El triunfo de la voluntad, la famosa película de la cineasta Leni Riefenstahl, que exalta la figura de Hitler en un evento multitudinario. Un recuerdo de cómo el cine más excelso puede servir a la peor de las causas y que nops sitúa en el ambiente de la época. Aunque Malick musicaliza esos extractos nada menos que con parte del Israel en Egipto de Handel, concretamente con el coro «Y creyeron en el Señor». Así lo dice todo desde antes de que veamos incluso un plano hecho por él. Y con mucha calma nos va involucrando en la vida ordinaria del matrimonio feliz de Franz y Fani. Ambos protagonistas —y después ambos mártires, si bien ella no fue asesinada. Una vida oculta en contacto con Dios y la naturaleza que pronto se ve invadida por las circunstancias políticas, contadas casi indirectamente, pero que ponen al protagonista ante un conflicto tan íntimo como infranqueable. En ese aspecto, la trama sitúa a esta película junto con otras grandes historias de dramas de conciencia, especialmente el clásico Un hombre para la eternidad, sobre Tomás Moro, o más recientemente Hasta el último hombre, sobre el soldado estadounidense que salvó varias vidas aunque por motivos religiosos se negó a tocar un arma en la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, Malick no parece querer contar una serie de peripecias históricas, sino el drama interior de la conciencia de su protagonista. Y lo hace casi sin palabras —con la notable excepción de las cartas originales entre Franz y Fani, por las que se sabe esta historia—, sino de un modo puramente audiovisual. La fotografía de Jörg Widmer sigue muy de cerca (casi diría que imita) el estilo del mexicano Emmanuel Lubezki en El árbol de la vida, donde Widmer fue su ayudante y que se volvió icónico con sus tomas en gran angular, frecuentes contrapicados y movimientos de cámara ágiles siguiendo a los personajes. La música original de James Newton Howard es bellísima y convive de maravilla con las piezas de Bach, Handel, Górecki o Arvo Pärt que invitan directamente a arrodillarse. Las interpretaciones de August Diehl y Valerie Pachner son sobrecogedoras. Dan rostro a esta historia de amor real, pues eso es lo que es. Ambos de origen germano, hablan en el inglés del guion de Malick, que a su vez mantiene el idioma alemán sin subtitular (ni falta que le hace) en los gritos amenazantes de sus enemigos.
Estamos, en fin, ante una equilibrada obra de Malick, que sintetiza mucho de su trabajo anterior e interior (estuvo editándola durante tres años). Requiere verse con calma y tranquilidad de espíritu, como toda obra de arte valiosa, que no es de fácil consumo. Pero quien se adentre en este viaje audiovisual por la conciencia de un hombre real y de la mano de un guía como Terrence Malick tiene la garantía de vivir una experiencia arrebatadora.